Por raro que parezca hubo en el siglo pasado -duró poco más de un lustro- un tiempo en los que por orden de la autoridad no se podían hacer ni ensaimadas ni cocarrois en Mallorca. Aquel período debió ser como la ley seca en USA pero en versión repostera, y las delicatessens nuestras solo se podían hornear en la clandestinidad y si se disponía de harina de estraperlo. En todas las posguerras de España (y del extranjero) en una primera fase se racionan los productos de primera necesidad. En el caso de Mallorca sucedió unos meses después de terminar la Guerra Civil. Es verdad que la Isla conseguía sobrevivir gracias a que su campo producía entonces en abundancia (no como hoy). Por ejemplo, en 1939 la cosecha de naranjas de Sóller fue muy copiosa y se comenzó a producir más en las fábricas de embutidos (de sobrassada), aunque tímidamente porque las matanzas de los gorrinos también se habían limitado. Cierto es que el 12 de diciembre de 1939, Fernando Vázquez Ramos, un coronel que había sido nombrado gobernador civil de Baleares y que fue cesado medio año después de tomar posesión del cargo porque no era este señor del gusto de los falangistas; pues este gobernador emitió un edicto o disposición por el que «mientras no haya un exceso de harina, y se autorice por este Gobierno Civil, se prohíbe cocer en los hornos empanadas, cocarrois y nada que signifique consumo de harina que debe dedicarse íntegramente a la fabricación de pan». El pan de un kilo costaba una peseta y el precio bajaba cuando la harina era de peor calidad. En aquellos años las panaderías y pastelerías mallorquina recibían del Servicio de Abastos una cantidad de harina con la que solo podían amasar el pan, que se ponía a la venta a las once en punto de la mañana hasta que se agotaba. Era obligado gastar la harina que se recibía con la intención de que ésta no llegase al mercado negro; por otra parte, y para que no hubiera lugar a equívocos, los propietarios de las pastelerías debían presentar una declaración jurada con las cantidades de harina que necesitaban. El azúcar, aunque menos que la harina, también se racionó durante algunos períodos, lo que lógicamente afectó a las chocolaterías y a otros sectores como las bodegas que producían los licores mallorquines, me refiero a las famosas hierbas que se vendían con éxito, desde mediados del siglo XIX, también en la Península. En aquel 1939 había varios productos tasados, a precio fijo, para tratar de evitar la especulación, así sucedía con la fruta o el bacalao. En el caso del arroz que se producía en sa Pobla y Muro, en la Albufera o en sus límites, era obligado entregarlo a los respectivos ayuntamientos que también lo compraban tasado. Las famosas cartillas de racionamiento comenzaron a ponerse en marcha: para optar a las mismas el cabeza de familia tenía que rellenar un pliego en las oficinas municipales en el que se incluían las necesidades alimentarias de su unidad, a veces un oficial verificaba las mismas. Afortunadamente, las ensaimadas volvieron plenamente hacia 1946 para deleite de propios y turistas que incipientemente aparecían por Mallorca.
Una Mallorca sin ensaimadas
Jesús García Marín | Palma |