El objetivo del que Sánchez no se ha apartado desde que llegó a La Moncloa ha sido el de controlar el Estado. Ha ido asaltando poco a poco las instituciones públicas desde la Fiscalía al Tribunal Constitucional, desde la RTVE a Correos, y señala el surco por el que se propone avanzar al adquirir el 10 % de Telefónica. Poco le queda para conseguir el control total (parte de la Justicia y parte de los medios de comunicación). La oposición intenta, sin éxito, desenmascararle, denunciar sus excesos, pero la respuesta del aspirante a autócrata es descalificarla como alternativa política, una demostración de su falta de espíritu democrático. La estigmatiza, la presenta como escoria, un detrito social que no merece más que el desprecio. Ante ella ha levantado un muro que cada día ha de reforzar con más repulsa, más exclusión, más odio, para tapar las grietas que en ese muro produce su encamada con los partidos separatistas, su corrupción moral y política al promulgar la ley de amnistía, ley que él mismo y su Gobierno habían afirmado meses antes que era inconstitucional. Para mercadear un puñado de votos con los que desbancar al partido que había ganado las elecciones, se ha sometido al chantaje de unos sediciosos, concediéndoles impunidad. Y ahora, ha vuelto a elevar el muro porque, simultáneamente a la extorsión, se le ha venido encima el ‘caso Koldo', que le ha obligado a organizar una cacería sobre su pieza favorita, Ayuso.
Tan acorralado se ha visto que ha tenido que agarrarse a su comodín preferido en casos de urgencia: Franco. Ni corto ni perezoso, porque fue de madrugada, se presentó en el Valle de los Caídos (para RTVE Cuelgamuros), con las cervicales todavía resentidas de los cabezazos ante el rey saudí. Ha sido el primer acto de campaña, en el que ha usado los restos de las 33.847 víctimas combatientes, de las cuales 5.800 republicanas, allí enterrados por un decreto de 1957 del dictador. Ante una cámara de Moncloa que recordaba el NODO, escuchó, compungido, al borde de las lágrimas, las explicaciones de los forenses. Maduro no lo hubiera hecho mejor. El decreto decía: «… este ha de ser el Monumento a todos los Caídos, sobre cuyo sacrificio triunfen los brazos pacificadores de la Cruz».