Hay una guerra soterrada, un saqueo salvaje a las cuentas bancarias de miles de personas que caen rendidas ante los mensajes de amor que manda un desconocido por Facebook. En el caso de las mujeres de cierta edad, nos encontramos asediadas por las peticiones de amistad de generales del Estado Mayor de Estados Unidos o cardiólogos del hospital Mont Sinaí de Nueva York. Un signo inequívoco de que se trata de un estafador es simplemente la petición de amistad. ¿En serio un cardiólogo que luce un Rólex de oro y va en un descapotable va a estar aburrido en Facebook y le pide amistad a una mujer que vive en una remota isla del Mediterráneo con la que no tiene ningún contacto en común?
Aún así, le das a aceptar y el cardiólogo de sienes plateadas o el teniente que se siente muy solito allá en Afganistán insiste en escribirte por privado y suelta frases muy elaboradas del estilo «buenos días, linda flor, me enamoré nada más ver tu foto». Huele a trilero del amor a miles de kilómetros pero si alguna quiere que le regalen los oídos y/o perder el tiempo, allá cada una. Pero ay, amiga, si después de varios escarceos por mensaje el tipo dice que necesita dinero, es muy posible (llámame suspicaz) que el cardiólogo sea falso. La mejor prueba de amor es tomarle la delantera y pedirle a él un préstamo. Este ejército de bandoleros digitales roban fotos de los médicos de determinado hospital. Mejor si en esas imágenes hay muestras ostentosas de que gana dinero.
Sospecho que en Arkansas hay una profesora que se llama Talulah que acaba de recibir un mensaje de un apuesto internista de Son Espases. Talulah, si me lees, ¡huye!