¿Qué es una ciudad? ¿Un conjunto de calles, edificios y multitudes? Podría parecerlo, pero no lo creo. Las ciudades son lugares y personas. Son arquitectura, vida en movimiento y arte. ¿Qué sería de una ciudad sin sus monumentos emblemáticos, sus plazas o esos bares que llevan décadas siendo punto de referencia de encuentros y desencuentros? Alguien se imagina París sin la Torre Eiffel, Montmartre o el Sena? Sin sus barrios o sus avenidas?
Es evidente que la globalización nos hace ser muy aburridos. Nos repetimos hasta la saciedad. Por eso hay que reivindicar los espacios que nos identifican. No me imagino, por ejemplo, el Paseo Marítimo sin el Auditorium de Palma, que aglutina buenos espectáculos y personas variopintas. Forma parte de la geografía urbana, como aquellos edificios que han arraigado en un espacio y forman parte de su geografía urbana. Fue construido por Marc Ferragut en 1969. Nacido en Inca, aunque residente de Palma, su pasión por la música le hizo ser un gran aficionado de la Orquesta Sinfónica de Mallorca, que escuchaba en el Teatre Principal. En un viaje a Londres, conoció el Royal Festival Hall y se sorprendió al descubrir un nuevo concepto de teatro. Años más tarde, su hijo Rafel Ferragut estudió en Londres compartiendo el entusiasmo de su padre por el teatro e iniciando estudios de Acústica, además de Derecho.
Hace años que conocí a Rafel Ferragut y siempre sentí admiración por su capacidad de convertir el Auditorium de Palma, el más antiguo de Europa, en una realidad. Tesón, ganas de conseguir un buen teatro para nuestra ciudad, constancia y esfuerzo son algunas de las características que se esconden tras la gestión de la familia Ferragut, hoy continuada por Marcos Ferragut.
Hace poco volví al Auditorium una vez más. Asistí al concierto de Antònia Font y, ante un público entusiasta, pensé que aquel espacio por donde han desfilado tantos artistas forma parte de la historia de nuestra ciudad.