Llegué a la frontera de un país sudamericano para visitar a unos amigos. Llevaba unas ensaimadas que delataban mi aeropuerto de partida. El agente, con tono absolutamente rutinario, me preguntó si aquello, fuera lo que fuese, contenía harina. Le dije que sí. A lo que respondió que no podía pasar. Pues, nada, me quedo sin ensaimadas, le dije. En un país normal, la conversación se habría agotado ahí. Pero el agente añadió que eso tenía solución. De manera que volví a coger las cajas para pasar. Me volvió a parar y me repitió que si aquello tenía harina estaba prohibido. Yo me hacía el tonto, porque no me vale la pena pagar un soborno por una ensaimada. Tras un tira y afloja, me dejó pasar. Me dio la impresión de que a ese hombre le daba vergüenza su papel rayano a la estupidez. Francamente, creo que hubiera estado más a gusto siendo serio. Pero, incluso aunque no fuera corrupto, en esa frontera todo funciona así y sus colegas no le habrían perdonado que desentone. Los propios políticos les pagan salarios de risa contando con que siempre consiguen un complemento ilegal.
Al día siguiente de llegar al Ministerio de Medio Ambiente, altos cargos de empresas de obra pública me llamaban como si hubieran sido mis amigos de toda la vida. «Había pensado si te apetecería ir conmigo a la final de la Champions en París» que en unas semanas iban a disputar el Madrid con no sé quién. Con otro comí semanalmente en uno de los mejores restaurantes de Madrid. Amigos por doquier. ¿Por qué?
Una consellera de Sanidad de Baleares me contaba hace unos años que tenía problemas con su agenda para atender a tantos vendedores de sábanas para hospitales. Otra, más recientemente, acudía a eventos de relumbrón a exponer sus políticas sanitarias como si fuera una innovadora. Sólo la escuchaban los proveedores que habían montado aquel circo, sin el menor interés en lo que la consellera tuviera que decirles. Nunca supe si ella sospechó por qué tenía auditorio.
Como en las fronteras tercermundistas, la contratación pública en España tiene sus propias normas no escritas. La más importante es que todo contrato es estrictamente discrecional. Eso es el poder que el político mima. A nadie le interesa gestionar Educación porque todo el presupuesto son nóminas, lo que importa es lo discrecional, lo que hace amigos, abre puertas para el futuro, permite colocar gente, asegurarse financiación y podríamos seguir ya dentro del Código Penal.
En ninguna ocasión me encontré con un suministrador que me dijera que cuando cambiaba el gobierno y llegaba la izquierda tenía que modificar su modo de actuar. No, a unos les gusta más el fútbol, a otros los toros, a otras las pasarelas de Milán, a otros las chicas, pero lo que no cambia, sea con la derecha, sea con la izquierda, sea con los nacionalistas, es la cultura corrupta en la que nunca hay un concurso que se adjudique al mejor postor. Yo creo que en España los restaurantes tienen reservados y los estadios palcos con esta finalidad. No sólo La Chalana. Como si fueran un BOE no oficial.
Después ya se vestirán estas decisiones como toca, pero antes el poder de verdad. Eso no se delega. Ni se trasmite. Es estrictamente personal. Salvo, como en este caso, cuando te lo pide alguien con quien se quiere quedar bien. Obviamente, alguien que está por arriba. Y que te puede premiar. Tiene su riesgo porque uno no sabe con quién juega, pero tiene recompensa. «¿Te llegas a dar cuenta de la confianza que te tengo?» Ahora se entiende por qué no hubo ministerio para Lambán.
Por eso aquí cuadra todo y nada. Nada porque en puridad nadie en Baleares debió de contestar el teléfono para esas cosas. «¿Por qué me llamas a mí?». Los proveedores de mascarillas son cosas de los especialistas, no de los políticos, y menos del ministerio de las carreteras. Por eso se debió reclamar el dinero apenas se vio una anomalía. Automático. Sin consultar a nadie. Sin los políticos. Si la ensaimada tiene harina, no se hable más. No ha lugar a discutir.
Y a la vez cuadra todo porque hemos topado con el verdadero cáncer de España, a su vez el patrimonio más preciado de los políticos. Esta discrecionalidad es su poder, es su caja, son sus ingresos, su futuro, su moneda de cambio. Por eso tal vez Francina tenga razón cuando dice que todo se hizo bien, aunque quizás quiso decir que se hizo todo lo bien que se hacen las cosas en estos casos. Por eso el silencio de Més y Podemos. Por eso toda la estructura de la Conselleria de Sanidad despliega un velo de oscuridad, porque esto viene de arriba. No se pregunta de dónde. Cuando algún pirado acogiéndose a la ley de Transparencia pide información, es mareado debidamente. «Todo se hizo perfectamente» dice que le dijo un director general de Baleares al abogado de Zaragoza que husmeó en el asunto. Y mucho más le mintieron en Canarias. O en Puertos. O en Correos.
A mí me parece bien hacer sangre sobre el PSOE por la cara que tiene, pero en realidad no vamos a ningún lugar si nos centramos en Koldo y no en la cultura de la contratación discrecional, instalada en este país. Exactamente lo que nadie está haciendo. Si yo fuera la excéntrica de Yolanda, más que adelantar el cierre de los restaurantes, les prohibiría los reservados, lo cual bajaría notablemente la corrupción en las compras del sector público.