Ha terminado la COP28, una conferencia de todos los países para establecer mecanismos globales para hacer frente a la crisis climática que vivimos. El consenso científico nos dice que en los próximos años nos jugamos el próximo siglo. Lo que no hagamos antes de 2030, no podremos salvarlo después y nuestro mundo cambiará (aún más) alcanzando entre 3 y 4 grados más de media en todo el planeta. Estos cambios producirán unos efectos devastadores en muchos ecosistemas, en la agricultura, en las lluvias y en definitiva nuestra manera de vivir.
Sabiendo todo esto (desde hace años), muchos países se afanan en preservar su status quo, sobre todo aquellos que producen petróleo, carbón o gas y aquellos que requieren de ellos para desarrollar todo su crecimiento económico. Realizar la COP en un país como Emiratos Árabes o promover la siguiente en un país como Azerbaiyán, donde el petróleo y el gas son las formas de vida y las fuentes de mayor desigualdad social, no invita al optimismo.
En esta cumbre se ha visto un número ingente de lobistas de los combustibles fósiles. No en vano, la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) llamó a filas a sus miembros para que no proliferara la opción que entre otros, defendía España, el phase out de los combustibles fósiles. Esto es básicamente establecer un calendario para eliminar los combustibles fósiles como petróleo, gas o carbón de nuestro planeta. Han ganado los de siempre, los del miedo al cambio y los que controlan la base del modelo de vida occidental. Se ha llegado a un acuerdo final donde se habla de ir más allá (transitioning away) de los combustibles fósiles, pero no se aborda de forma clara la raíz del problema. Y es que países como Irak o Arabia Saudí, con el apoyo de Estados Unidos y China han superado las ambiciones de la Unión Europea o la Alianza de Países Insulares, los cuales están viviendo el colapso por los efectos del cambio climático, como el aumento del nivel del mar que está reduciendo drásticamente su territorio. Pero este cuento no acaba como el de David contra Goliat, aquí ha ganado Goliat, ya que hoy por hoy, no hay voluntad real desde los gobiernos más poderosos.
No todo han sido malas noticias. Ha prosperado la propuesta de multiplicar por tres el despliegue de renovables para 2030 y multiplicar por dos la tasa de eficiencia energética. Básicamente, consumir menos energía y que mucha más sea renovable. Es un principio básico si queremos dejar de emitir gases de efecto invernadero a la atmósfera. Pues bien, nos podremos dar con un canto en los dientes si se cumplen estas dos propuestas aprobadas, y es que no es lo mismo redactarlo que ejecutarlo.
Y es que estamos viendo tanto a nivel internacional, nacional y a nivel local de forma recurrente oposición a renovables y a la electrificación de nuestro sistema por doquier. No a las renovables en rústico, no a las renovables en paisajes urbanos, no a las interconexiones eléctricas, no al transporte eléctrico, no, no, no. Recuperando unas palabras del presidente del Comité de Expertos de Cambio Climático de Balears, Pau de Vílchez, el cambio climático no se sienta a negociar con nadie.
Debemos asumir muchos cambios en nuestro modelo de vida, reducir nuestro consumo de energía y de bienes, reducir nuestra movilidad, comer de otra forma… pero debemos asumir que si queremos vivir con algo de energía esta debe ser renovable y debemos producirla cerca. Seamos más maduros que los gobiernos mundiales, tengamos la altura de miras que no han tenido y acordemos lo imposible, un futuro antes de que sea tarde.