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Pedro Sánchez y Felipe González

| Palma |

La expulsión de Nicolás Redondo como militante del PSOE es una buena prueba del talante actual de los dirigentes socialistas, y más en concreto de su secretario general y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. Ya no queda la menor duda de que en el socialismo español ha desaparecido el derecho a la crítica y la discrepancia, una de las señas de identidad del sanchismo no es otra que el monolitismo ideológico. En especial cuando está en juego el poder, el suyo, el de Pedro Sánchez.

El papel de Felipe González como presidente del Gobierno tiene, sin duda, importantes claroscuros -Filesa, los GAL o el ‘caso Roldán' son algunos ejemplos-, pero en su balance global es inevitable destacar los notables avances políticos, sociales y económicos que lideró en España durante sus sucesivos mandatos. Más allá de la socorrida frase que pronunció Alfonso Guerra en la que advirtió que «el que se mueva no sale en la foto», el incuestionable carisma de González le permitió convocar el referéndum sobre la permanencia en la OTAN con medio PSOE en contra y sin que ello supusiera represalias y menos todavía expulsiones o suspensiones de militancia; estamos hablando de 1986. Así actuaban los protagonistas del llamado Régimen del 78.

La pregunta me parece obvia: ¿Actuaría Pedro Sánchez de la misma manera? La respuesta es no. Los primeros reproches a su intención de impulsar una amnistía para todos los implicados en el proceso independentista de Catalunya de octubre de 2017 han generado una respuesta contundente, exagerada, con el inevitable silencio cómplice de una estructura que quiere seguir aferrada a las ubres del poder a cualquier precio. Lograr la investidura en estas condiciones -plegándose a las exigencias de quienes solo pretenden segregarse del Estado- es una aberración democrática, por mucho que quiera vestirse de solución política del conflicto catalán.

La yenka de Feijóo

El panorama político español es descorazonador. Cualquier aproximación pone los pelos como escarpias cuando se trata de adivinar una alternativa, una posición que de manera inexplicable pierde a pasos agigantados Alberto Núñez Feijóo. El Partido Popular se ha perdido desde su aplastante victoria en las urnas en el 28-M hasta ahora, desde entonces no ha logrado hilvanar un discurso propio y ha optado por la improvisación. La yenka sería el baile que mejor puede definir del comportamiento de los conservadores, circunstancia que acaba confundiendo a su electorado. Perdida como está de antemano la investidura, en la sede de la calle Génova y en el resto del poder territorial del PP es urgente un replanteamiento de la estrategia y aclarar algunos temas trascendentales, desde las relaciones con Vox hasta cómo desactivar el independentismo en Catalunya; tarea que requiere la participación imprescindible del PSC. Reunir a miles y miles de personas en la calle en contra de la amnistía a los separatistas catalanes será un magnífico golpe de efecto, pero no aporta soluciones al problema si es que no lo agrava. El crédito político de Feijóo que había acumulado corre el riesgo de agotarse en muy poco tiempo si no atina en los inmediatos retos.

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