Cómo vamos a esclarecer los hechos, si los hechos ya no importan nada y lo único importante son las palabras. La narrativa, en fin, bastante confusa y folletinesca, llena de conceptos resbalosos que se escurren entre las manos como flanes. Cómo vamos a esclarecer hechos, y qué hechos, en estos tiempos de conceptos pringosos. Y cómo calificarlos una vez esclarecidos. Pongamos un ejemplo de insufrible actualidad, unos hechos que todo el mundo ha visto ya mil veces. Los que protagonizó el presidente de la Real Federación Española de Fútbol tras el éxito planetario de la selección femenina. No era una frase coloquial, cuando aquí digo todo el mundo y mil veces, me refiero a todo el mundo y a mil veces.
Ninguna duda sobre los hechos, reproducidos y comentados hasta la náusea. Pues bien, el Tribunal Administrativo del Deporte, tras pensárselo durante una semana, resolvió que los hechos eran graves pero no muy graves, distinción que a su vez conlleva graves consecuencias (hunde la imagen del país, pisotea la Marca España y hasta perjudica nuestra economía), ya que al parecer esta gravedad moderada no implica abuso de poder.
Que es donde está el meollo del cogollo. Se nota que aquí hemos salido del terreno de los hechos para entrar en el de los conceptos babosos imposibles de precisar. Yo nunca sería capaz, en ningún caso, de diferenciar lo grave de lo muy grave. ¿Existe alguna escala para medir la gravedad de los abusos y guarradas, como existe la Escala Mohs de dureza y la Escala Scoville de picor? No creo, pues todos sabemos que no hay nada tan grave que no pueda empeorar, y ser todavía más grave. ¿Qué tontería es esa de grave o muy grave? Palabrería, seguramente.
Ignoro qué significa, y no me importaría si la diferencia no afectase gravemente a los hechos, y acarrease consecuencias muy distintas. ¿Es el fallo de ese tribunal un error grave o muy grave? Cómo quieren que yo lo sepa. Según la Escala Scoville podría ser gravísimo, pero esa escala no tiene nada que ver. Volvamos a los hechos. Imposibles de esclarecer hoy en día, salvo que lo haga un algoritmo y todos a callar. Porque los hechos ya no importan nada. Importa la narración. La palabrería más pringosa.