Uno está pasando en una playa que juzgo paradisiaca de la provincia de Cádiz unos días de holganza y bienestar. Aquí, en mi paraíso personal, por las mañanas y también a veces por las tardes, después de un desayuno con toques andaluces muy sabrosos o de una almuerzo lleno de coquinas y camarones y con el periódico y mi libro en las manos, suelo pasar horas estupendas sentado o recostado en mi tumbona, convenientemente protegido del sol y entretenido en observar siempre con respeto y admiración a las personas que me divierten con su ir y venir. Algunos de los perfiles, de las características de quienes deambulan por la arena cercana son estos:
Gordas y gordos: Más de la mitad de muchachas y muchachos lucen barrigas orondas, un perfil redondeado, con el bañador inferior las señoras y el único los señores colocados estratégicamente en una línea que anatómicamente podría llamarse inguino-abdominal, en el límite de la decencia muestral. Se pasean muy felices. Algunas y algunos van con sus manos como soportando su abdomen, pero con gesto sonriente. Es frecuente que a la hora del aperitivo vayan mordisqueando algo, a veces difícil de identificar. Rostros y miradas felices. Una tropa oronda y sonriente. ¿Es el exceso de peso, la obesidad, un problema? No nos cansamos los sanitarios de decirlo. Aquí, viendo a estos compañeras y compañeros de playa, me entran dudas. En fin.
Delgadas y delgados: Poca gente. Muchos de ellas y ellos caminan, casi corren, con marcha atlética, mirando retadoramente a los que les dejamos pasar o les miramos no sé si con admiración o sorpresa desde nuestras tumbonas. Su gesto es de triunfador, seguro que les apetece dar una lección a quienes les vemos pasar. Venga, hombre, vamos mujer, este es el camino, ven conmigo. Servidor se limita a verles pasar, a sonreír, y a seguir leyendo su libro. Su ejemplo me hace reflexionar, pero desde la tranquilidad de quien no está delgado, pero tampoco gordo. Virtus in medio est, decía Aristóteles. Pues eso.
Estrafalarios: Hay habitantes de la playa que descansan o pasean con indumentarias y decoraciones corporales que me cuesta aceptar, pero lo hago desde la absoluta tolerancia, un punto sorprendida, eso sí. Unas túnicas, unos trajes de baño – en caballeros y señoras – difícilmente asumibles desde el concepto del buen gusto que mis padres me inculcaron. Esta decoración corporal incluye tatuajes, un adorno epidérmico que estimo llevan más del 20% de las personas que deambulan por este paraíso, en las piernas o brazos, en el tórax o en el abdomen. Me dicen que este asunto decorativo cutáneo muestra tendencia consolidada al incremento. A mí que no me busquen. Para decoraciones en los momentos y situaciones pertinentes, trajes, corbatas y gemelos adecuados, decían en la casa donde fui educado.
Atletas: Forman parte de una minoría quizá selecta de jóvenes – a veces no tan jóvenes – de ambos sexos que corren y corren y corren por la playa, con gesto quizá un poco altivo y mirada resuelta de persona que hace lo que cree resueltamente que debe hacer. Corren, alegres y resueltos, quizá sin rumbo fijo. O sí. Vamos hasta allí, hasta aquel faro y volvemos. Cuatro veces. O diez. Hasta que el cuerpo aguante. Si puedo ser sincero, que debo serlo, me dan envidia, a mí, a un ex deportista retirado por la edad y las circunstancias. Al verles, me acuerdo de las carreras por el incipiente paseo marítimo de Palma que nos dábamos hace un montón de años con el añorado equipo del Mallorca Tenis Club. Que tiempos. Que grandes recuerdos, que grandes amigos.
Enamorados: Van de la manita, o enlazados por el talle, siempre mirándose con delectación, con ojos llenos de amor. De edades muy diferentes, los hay casi niños, los hay creo que son más o menos de mi edad. Me produce verlos una profunda sensación de felicidad, este estallido momentáneo de bienestar, como dice el gran Fernando Aramburu que es la felicidad en el muy buen libro que estoy leyendo suyo. Que hermoso es constatar que la gente se quiere. Cuando veo a estas parejas lucir su amor, me siento privilegiado. No os canséis nunca de miraros así, de tocaros así, la vida llena de amor es más vida, es, sin duda, vida llena, que vale la pena vivir. Y sonríen y siguen paseando. Qué maravilla.