En la conversación fugaz de ascensor, con palabras repetidas, frases hechas y algún refrán, siempre aparece la referencia al bochorno, el calor y las noches tórridas. Es la plaga de un verano que parece de excepciones, quizá de tendencias, pero el caso es que hay detalles de cambios serios. Mira los termómetros, que dan cifras de récord desde que hay registros fiables y dejan la sensación de que julio y agosto ya no van a ser meses adecuados para las vacaciones. Puede que el turista se plantee que no merece la pena gastar y viajar para pasar penas, para tirarse unos días encerrado en los salones de hoteles y viviendas turísticas al amparo del aire acondicionado si el mar es un falso caldo termal a treinta grados, la arena de la playa una parrilla de barbacoa, los rayos ultravioleta disparados y la excursión o el paseo por monumentos y calles comerciales es, además de profundamente incómodo, un atrevimiento peligroso por riesgo de sufrir un golpe de calor. Y como septiembre ya no es un mes ideal, como mayo no es un remanso climático, probablemente el sur europeo tenga que plantearse cambios en los calendarios laborales, escolares y vacacionales. Estamos en la incertidumbre y siempre es bueno un agarradero como ese que pronostican científicos del clima y del mar: la paralización de la Corriente del Golfo, que traería mucho frío al norte Europa, una miniglaciación que favorecería a los países de sur en residentes y turistas. Una paradoja que el cambio climático que ahora agobia y amenaza pueda ser la salvación para esta tierra de turismo.
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