El bipartidismo recupera mucho terreno a costa de opciones locales, pero, ironías del destino, depende más que nunca de las minorías del Congreso para conformar gobierno.
España es una anormalidad continental en la que populares y socialistas jamás se darán apoyo mutuo y en la que los últimos prefieren ponerse en manos de delincuentes huidos de la Justicia antes que pactar cuestiones esenciales con aquellos que aglutinan ocho millones de votos del centroderecha. La izquierda española no busca solo gobernar, pretende ganar la Guerra Civil en tiempo de descuento.
Pero examinemos quienes son ‘los otros' en este entramado. De Junts, qué decir, se sabe juez de una partida amañada en la que todo el mundo admite que Sánchez está dispuesto a ceder todo aquello que le permita el PSOE –en este momento, un solar intelectual en el que prima la genuflexión ante el perdedor de las elecciones–, incluyendo la soberanía nacional. Puigdemont será, así, entronizado como mártir del abyecto artículo 155, cuya aplicación contó con el voto favorable de los socialistas que ahora lo amnistiarán, porque un simple indulto no resulta aceptable para la cabaña soberanista. Para ello, derogarán cuantos delitos le sean imputables, no lo duden.
El PNV, por su parte, ha dejado de ser el partido de los señoritos vascos con sutil aroma a sotana para convertirse en vanguardia de la clase obrera euskalduna. Basta escuchar a Andoni Ortuzar atribuirse el haber frenado ‘a la derecha', como si él –treinta y siete años viviendo de la política– fuera el paradigma del obrero luchador bregado en las barricadas contra el Estado opresor, en lugar del niño bien curtido en Radio Popular de Bilbao.
Los nacionalistas vascos, que llevan décadas alimentando la bestia, están a punto de ser engullidos por ésta, poniendo en peligro la mamandurria pública que es casi su única razón de ser. La próxima campaña autonómica vasca promete ser apasionante.
De toda esta ensalada de oportunistas, los únicos que no han mentido han sido los postetarras de EH-Bildu, que ofrecen un cheque en blanco a Pedro Sánchez porque tienen claro que, cuanto más débil sea el Gobierno español, mejor para ellos.
ERC vive horas bajas, siempre a rebufo de Waterloo y obligada a pactar con quienes le han birlado 412.000 votos. Todo el soberanismo catalán junto no suma ni un millón de votos, un trece por ciento de los habitantes del Principat y un siete por ciento del censo de sus Països Catalans, pero manda más que nunca gracias a un madrileño sin escrúpulos. Paradojas, o parajodas.
En Balears, no vamos a ser menos, también tenemos ‘otros'. El ‘otro' más notorio es el esporlerí Vicenç Vidal, de malnom Catotxe, que, en línea con su jefe, ha encabezado la lista comunista al Congreso y ahora pretende pasar por la Mata-Hari progre que negocia secretamente con Puigdemont. Ni al gran Ibáñez se le hubiera ocurrido una trama tan cómica.
De otro lado, en el PI, resignados al limitado eco de lo insular, se preparan para un largo invierno político. Antoni Salas es el nuevo líder natural de los regionalistas, pero los perdedores, ex Liga Norte de UM, se resisten a soltar el micro. Melià, agazapado, sobrevive en boca de Gili, en nómina del Consell. No se puede hacer una tortilla sin cascar huevos.