No debe ser fácil estar en la piel de Yevgueni Prigozhin, cuyo paradero continúa siendo un misterio. Alguien dijo haberlo visto ayer en un hotel de Bielorrusia, donde Aleksandr Lukashenko, una marioneta de Vladímir Putin, podría haberle dado cobijo. En poco más de 24 horas, Prigozhin pasó de marchar sobre Moscú al frente de 25.000 mercenarios a recular y ocultarse no se sabe muy bien donde. Con la mediación de Lukashenko, el propietario del ejército privado conocido como Wagner, parecía haber contratado un seguro de vida. De hecho, como por arte de magia, su gran desafío al Gobierno ruso se había desvanecido, pero la realidad es otra.
Prigozhin, que no deja de ser un exdelincuente que acabó realizando trabajos sucios para el Kremlin, está siendo investigado por su motín y eso significa que cuando Putin lo estime oportuno deberá rendir cuentas. Su duda es el momento. Cuándo.
La guerra en Ucrania también está desgastando y debilitando a Putin, de ahí que un tipo como Prigozhin se atreviera a desafiarlo públicamente. En Rusia, el patriotismo sirve para justificarlo absolutamente todo: la guerra, la muerte, la destrucción y también las cuentas pendientes. Este fervor patriótico envuelve y cubre la putefracción de un Estado donde la corrupción simplemente es el aceite que permite que el motor funcione. En este escenario, es probable que las acusaciones de Yevgueni Prigozhin contra algunos generales y el propio ministro de Defensa sean ciertas. El problema es que el dueño de Wagner no deja de ser un carnicero disfrazado de patriota. Está sentenciado.