Corren tiempos en los que la sátira y la crítica social al estilo del gran Luis García Berlanga se me antojan imposibles, pues lo políticamente correcto debe presidir todo aquello que se publica, sea literatura, cine, televisión, prensa o incluso una pancarta en una manifestación. Sin embargo, son también tiempos en los que la realidad parece querer superar cualquier ficción delirante que se nos pudiera pasar por la cabeza. Y eso da muchísimo juego a los que, como yo, gustan de fabular. En aquellos inolvidables y rebeldes años ochenta proliferaban en las calles de todas las ciudades pintadas irreverentes que, a la postre, han quedado en la memoria como epitafios de un tiempo que quería ser libre y no volverá.
Entre las más divertidas recuerdo aquella en la que alguien escribió «La droga mata» y debajo una mano anónima añadió: «La policía también, pero no coloca». Una de las que pasó a la posteridad fue esta, certera, rotunda y cierta: «La tortura ni es arte ni es cultura». Y de ella me he acordado esta semana con pena, a raíz de la inexplicable idea de nombrar conseller de Cultura a un torero. ¡A un torero! Un señor que ha dedicado su vida profesional a torturar y matar animales. Seguramente Valencia va a ser durante los próximos cuatro años foco de interés informativo a muchos niveles. El presidente de su Parlamento asegura que la violencia machista no existe. Nos regalarán muchas perlas como esa. Los articulistas estamos de enhorabuena, nunca faltarán temas de los que hablar. El resto de la población, no. Todo lo contrario. El machismo, el racismo, la homofobia y el nulo respeto a la vida humana, animal y vegetal se han aliado para gobernar. No sé ni si Berlanga podría hacer algo divertido con esto.