La izquierda atesora una larga tradición autodestructiva y cainita que vuelve a resurgir en los momentos más inoportunos. Como ahora, a un paso de la campaña electoral. Cuando quedan dos días para que se cierren las listas, el lío en la apuesta de Yolanda Díaz y Sumar es colosal. A las reticencias de Belarra y Montero para integrar Podemos en la apuesta conjunta de la izquierda del PSOE, se ha sumado la voz apocalíptica de Pablo Iglesias, que ha sentenciado que Compromís, Más Madrid y Catalunya en Comú, han vetado a la formación morada en sus territorios.
Mientras los dirigentes de las tres formaciones se precipitaban a desmentirlo, en Podemos guardaban silencio para añadir más crispación a unas negociaciones donde todos se lo juegan todo. No sólo su propia supervivencia política, sino la posibilidad de reeditar un gobierno de coalición en La Moncloa.
Sobre este último punto, no parece que PSOE/Podemos estén poniendo toda la carne en el asador, aún sabiendo que si uno falla el otro cae. Por ejemplo: Pedro Sánchez propone debates semanales con Feijóo pero sin contar con sus socios. Como si el solo pudiera recuperar el apoyo perdido en municipales y autonómicas y gobernar en solitario. Y a su izquierda, la imagen de bronca sucia en medios informativos y en las redes sociales son la peor tarjeta de presentación de unas candidaturas. Si se lo querían poner fácil al PP lo están consiguiendo. De poco va a servir que amenacen con el ogro del neofascismo de Vox. Las peleas internas y los golpes bajos vacían las urnas con mayor eficacia.
Por el bien de la democracia, porque exista una alternativa creíble, para que los ciudadanos puedan elegir libremente en las urnas el 23-J, dejen de agredirse y lleguen a un acuerdo. En caso contrario la suerte ya está echada. Porque de nada va a servir que Montero se lamente de que Feijóo ha anunciado que derogará la ley trans. Eso no va a movilizar a una mayoría suficiente. Si no cierran un acuerdo la izquierda perderá las elecciones sin remedio.