Recientemente la ONU ha declarado que el coronavirus SARS-CoV-2 ya no es una emergencia pública internacional. La pandemia se ha acabado. El virus no. Una de las loas más repetidas durante el confinamiento y recordadas a menudo es el silencio que disfrutamos, ese bálsamo que se extingue en esta isla en cuanto los relojes de la industria turística empiezan a cambiarnos el ritmo.
En pocos días leemos que el Tribunal Superior de Justicia de Balears derribó la limitación de horario de aperturas en las terrazas de sa Llotja permitiendo que los negocios estén abiertos hasta las 00.30 horas. Cort no ejecuta la decisión y mantiene un horario, el de las 23 horas, que alegra a los vecinos en uno de los barrios más castigados por el mal del ruido, dañino para la salud psíquica y física. El no del Ayuntamiento es un balón de oxígeno entre los vecinos que, sin embargo, permanecen en estado de alerta. Con razón. Los desmanes no cesan entre turistas que se desplazan a la isla para beber barato. Los vecinos esperan que el plante del Ayuntamiento no sea una medida electoral. Los restauradores trinan.
Hay algo incomprensible en la cuestión de los horarios de los restaurantes. Si cada vez se sientan a la mesa más pronto porque la clientela es mayormente europea, si a las 12 del mediodía uno ya no puede pararse a tomar un vermú en alguna cafetería del Molinar porque a esa hora ya el servicio se convierte en restaurante, ¿a qué querer mantener horarios de nativos si ya no nos quieren como clientes, si estamos siendo despojados de nuestros lugares de ocio, de la ciudad, de la isla, del lugar donde hemos crecido y vivido y, sobre todo, si nuestros bolsillos están menguando a medida que avanzan los efectos del mercadeo inmobiliario y su aliado turístico? Me temo que como diligente Casanova, las quiere a todas. Todas valen para el baile. Mallorca seductora.
Estos días, en la periferia, se ha montado la marimorena entre vecinos extenuados por las jaranas que se están montando en la plaza de toros con fiestas alemanas cuyo volumen de decibelios traspasa los límites permitidos. En el coso se escucharon décadas atrás algunos de los mejores conciertos como el de las guitarras de Paco de Lucía, Al Di Meola y John McLaughling que nada tiene que ver con los atronadores gritos de estos festivales con paella incluida. Entre el ruido y la música hay diferencias. No es cuestión de gustos, no nos pongamos estupendas, es un tema de medida, de decibelios.
En mayo andamos y ya estamos sufriendo los efectos nocivos de la epidemia del ruido. A todas horas, en cualquier lugar, ni un minuto tranquilos. Tan solo al alba, cuando cantan las alondras si es que estas no han levantado el vuelo. ¿Qué sociedad hemos creado que no respeta el derecho al descanso y que solo quiere ruido? Por si acaso, me he comprado unos tapones. Después dirán que me hago la sorda. ¿Cómo dice?