Habrá pocos placeres visuales semejantes a la exhibición de color de frutas, verduras y hortalizas en una tienda de barrio especializada sólo en eso (en vender frutas, verduras y hortalizas) y recién abierta cualquier mañana de uno de estos días de luz que nos acompañarán hasta pasado San Juan. Habrá pocos placeres para la vista como ese festival de colores, de intensidades diversas, que interpretan las frutas y verduras de temporada. Y más, si asistes a la reacción de la primera persona que se planta ante las cajas dispuesta a elegir. Es posible que lleve primero la mano a los pimientos o a las patatas, o a las cebollas, pero que cambie rápidamente y agarre albaricoques o un puñado de las primeras cerezas.
Y hasta puede que quien minutos antes ha terminado de componer toda esa paleta de colores (rojos, verdes, amarillos, azulados, naranjas, granates, marrones, blancos) se acerque y le diga: «Son nuevas, recién cogidas». Pongamos que ese día habrás dejado pasar varios autobuses y empezado la jornada andando, sin haber mirado todavía el móvil, sin cotillear antes en las redes sociales y con la idea de que es la primera vez que todo lo que ves, ocurre. Igual te quedaste con una frase que leíste antes de acostarte la noche anterior, o un sueño te ha dado las claves para la jornada.
Tal vez, además de recrearte con el festival de colores de la frutería de la tienda del barrio, te hayan dado a probar una de esas primeras cerezas; las que habrá elegido finalmente la primera persona que ha entrado y habías estado observando. Es posible que intentes captar alguna conversación callejera, intentando averiguar qué interesa a la gente o simplemente de qué habla. Quizás tienes que preparar un informe. O vas camino de una cita. O vas hacia el trabajo. Aunque sea el mismo de siempre, también será como la primera vez. Lo habrá hecho posible la magia de una cereza.