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La farsa de la moción de censura

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Quizá nos estamos equivocando –quien esto escribe, el primero– al conceder tanto espacio en crónicas y columnas al sainete parlamentario urdido por Vox con Ramón Tamames como artista invitado. No hay más que ver las sonrisas cómplices de algunos de los ministros del Gobierno cuando se les pregunta por la anunciada moción de censura para comprender que están encantados con el espectáculo que se avecina. Porque en el transcurso del debate a quien Pedro Sánchez intentará descalificar será a Núñez Feijóo, no a Tamames. Y todo ello gracias a la participación de Santiago Abascal.

Porque los problemas que tiene España    son demasiados y demasiado serios para someterles a un ejercicio de frivolidad parlamentaria en el que, dado que la moción está aritméticamente condenada al fracaso, dejará en el aire un mensaje equívoco: como sí en vez de una moción de censura se hubiera tratado de una cuestión de confianza en la que Pedro Sánchez hubiera obtenido el respaldo mayoritario de la Cámara. Respaldo que Sánchez se cuidará de subrayar durante su intervención porque Tamames se lo servirá en bandeja. En definitiva, un inesperado refuerzo en vísperas ya, como quien dice, de las elecciones de mayo. No hay duda de que al PSOE, en horas bajas por el caso de corrupción del ‘Tito Berni', y al Gobierno, nadando como puede por el todavía mayor escándalo de las excarcelaciones y rebajas de penas por los fallos de la ley Montero, ésta historia le ayuda a desviar la atención de la opinión pública.

Tamames no les hace daño porque lo que plantea –anticipar las elecciones generales– saben que no está en la agenda de Pedro Sánchez, que necesita el semestre de la presidencia española de la Unión Europea para lucirse y completar su campaña de lavado de imagen. Este es el juego al que se ha prestado Vox. Un juego en el que Sánchez gana.    En realidad, una farsa.

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