Durante los años que han transcurrido desde la gran crisis de 2008 –quince ya, parece mentira– la banca ha sido responsable de un enorme sufrimiento para millones de familias. Ellos lo saben y, aunque disfracen sus discursos, detrás de sus decisiones perdura aún mucho drama. La nefasta política de alegre concesión de créditos sin verificar nos han traído hasta aquí. Han aprendido la lección, creemos, pero el mal ya está hecho. Los españoles fuimos enormemente generosos al donarles sesenta mil millones de euros –siempre necesarios en un país con déficits de todo tipo– para que pudieran salvar los muebles. Fue inevitable, porque de otro modo ellos se habrían hundido, pero nosotros también al no poder responder del dinero que custodian. Ha pasado mucho tiempo y hoy la situación es bien diferente, aunque no se haya superado del todo aquel crack.
Los tipos de interés disparados han provocado fabulosos beneficios para la banca y sus accionistas deben estar contentos. En un mundo honesto, quien recibe ayuda en un momento de desesperación, la devuelve cuando la vida le sonríe. Lo hizo el banco holandés ING, que recibió diez mil millones de euros como rescate y los devolvió en 2014, añadiendo tres mil quinientos más en calidad de intereses, un 35 por ciento, nada menos. Aquí nadie se da por aludido. Durante 2022 los grandes bancos españoles se han metido en el bolsillo más de veinte mil millones de beneficios. ¿No sería esperable que reembolsaran al menos una parte? Solamente algunas voces tímidas, de partidos políticos pequeños, como Més, reclaman un gesto que deberían exigir quienes nos gobiernan. Al fin y al cabo, ese dinero es nuestro.