Contemplando capítulos de la serie de la televisión alemana, Derrick, rodada en Múnich entre los años 1974 y 1998, llama la atención la belleza de los escenarios: el esplendor de los bosques, la riqueza del agua en los ríos. La abundancia de una cultura milenaria presente en la decoración de antiguos edificios de aspecto barroco, casas de vigas entramadas, objetos de madera multicolor. Deslumbra la vista el celo conservador de un cielo a menudo borrascoso. Madera y bosques. En la ciudad, el Englische Garden, la catedral, firme en medio de la deliciosa Marienplatz, con su fachada flanqueada por dos torres coronadas por sendas pequeñas, semicirculares cúpulas, la Frauenkirche, catedral consagrada a la Virgen. Igual que la de Mallorca. A la izquierda en el mapa, Ucrania, Rusia y una guerra tan absurda como real. A la derecha, un terremoto que los hombres no parecen haber buscado. O tal vez, sí.
También en la filmografía alemana Aguirre la cólera de Dios, de Werner Herzog: seres humanos en busca de El Dorado a merced de la Selva del Amazonas y de un loco conquistador-explorador español enloquecido. No sabemos si los terremotos son hijos de un Dios que nos abandona a nuestra suerte cansado Él, a su vez, de nuestro abandono… No, nos quiere demasiado para abandonarnos pero sí sabemos que la culpa de la guerra no la tienen rusos y ucranianos, la culpa la tenemos quienes los empujamos a consumir una realidad que hoy no está al alcance de todos. La culpa de los terremotos la tenemos los que levantan casas muy caras que los pobres no se pueden costear, viviendas que le roban terreno al mar y el mar se cobra después. No es la cólera de Dios, es la estulticia de los hombres.