Mi padre me hablaba mucho de un nicaragüense llamado Norwin Sánchez. Allá en Lima, Perú, ambos fueron jefes de sección del periódico Última Hora. Norwin se desempeñaba en Sucesos, llamada Policial, y mi padre en Deportes. Norwin fomentaba la amistad entre los colegas del cualquier medio de comunicación. Sus charlas sobre literatura, sobre arte y sobre teatro fueron habituales en horas nocturnas y se hicieron tradicionales en los bares que frecuentaban.
Según Coco Meneses, la agudeza y el ingenio de Norwin fueron toda una novedad; su personalidad había logrado aunar a distintos redactores de unos y otros diarios que fruto a la competencia se consideraban rivales. Coco me contaba que Norwin ofrecía desinteresadamente consejos de cómo obtener una noticia. Era el hombre de las anécdotas, el que saltaba cualquier barrera, pero también el bohemio, el tipo simpático y locuaz.
En una ocasión, el director del periódico le urgió a escribir algo: ahora no puedo, tengo un puro en una mano y un güisqui en la otra. Así era Norwin. Su amistad con Carlos Ney Barrionuevo, más conocido como Carlitos, colega de un diario de la competencia, en parte inspiró el libro Conversación en la Catedral, de Vargas Llosa. Según Coco, las columnas de aquella Lima que ya no existe eran Norwin y Carlitos. Sin embargo, el auténtico Norwin nunca estuvo satisfecho de su alter ego de la novela.
Mi padre aterrizó en Europa y a través de correo postal mantuvo a ráfagas una intermitente comunicación. El terremoto de Managua, donde vivía Norwin por entonces, les separó definitivamente. La muerte de Norwin se produce en extrañas circunstancias. Mi padre me habló de forma difusa de ruleta rusa. Pero es algo que ya nunca sabré.