Comer menos para no engordar ya no es una opción, es el resultado de la decisión de muchas empresas de alimentación –también de limpieza– que han pensado que reducir la cantidad del producto y no aumentar su precio es una buena estrategia de mercado.
Este fin de semana hice la compra, como de costumbre. Siempre compro lo mismo. Soy poco original. La misma marca, el mismo producto, la misma cantidad. Una ventaja de esta fórmula es que lo tengo todo controlado. Atado y bien atado. Los precios, las cantidades, las necesidades. Pero, para mi sorpresa, la compra de esta semana se me ha quedado corta. Los productos, siendo los mismos, no son lo mismo. Aunque la marca era la misma, el envase el mismo, los ingredientes los mismos, la cantidad no era la misma. El bote de café estaba mediado. Los yogures parecían haber encogido. Buena parte del detergente se había evaporado. Las salchichas habían adelgazado. Alguien había robado del paquete de jamón media docena de lonchas. Las galletas bailaban por la caja a sus anchas. La lata de aceitunas tenía más agua y las anchoas se había vuelto microscópicas.
Se llama reduflación. Es la estrategia que muchas empresas están utilizando para engañar al comprador. Aunque ellas, que siempre miran por el bien del consumidor, dicen que es para mantener los mismos precios de antes y no encarecer el valor económico del producto. Vamos, que pagas lo mismo que antes creyendo que compras lo mismo que antes, pero ahora te quedas con hambre. Para las empresas reduflacionistas es el negocio del siglo. Pagar lo mismo por menos te obliga a comprar más. Yo lo considero una forma de engaño artístico. Es el arte de la reduflación. Claro que peor es cuando pagas más por menos. Quienes nos reducen la cantidad y al mismo tiempo nos suben el precio, no son reduflacionistas, son otra cosa.