Hay hambruna en el horizonte? ¿Vivimos los aprietos de una economía de guerra de imprevisible duración? ¿Han dado resultado las sanciones políticas y económicas impuestas a nuestro principal proveedor energético? ¿Cuánto nos costará en nuestros ya depauperados bolsillos la factura de Jerenski o como se llame? ¿Acabará retirándose Rusia de la autoproclamada República del Dombás o por el contrario esa población prorrusa accederá a su soberanía? ¿Hay en la Europa unida tantos territorios irredentos que se tiene un miedo cerval a los nuevos nacionalismos independentistas? ¿No era la Unión Europea la gran promesa de futuro, la gran panacea económica, la garante de una divisa rival del dólar, el paraíso terrenal del progreso financiero?
¿No nos imaginábamos, acaso, que los tribunales europeos defenderían la declaración universal de Derechos Humanos por encima de cualquier postura patriotera, autoritaria o falsamente democrática? ¿Y qué más se ve en el horizonte? ¿Posturas contradictorias y encontradas sin razón de ser? ¿Una bolsa de la compra que regresa al hogar medio vacía? ¿Un absurdo mundo de consumo, creador de necesidades de artificio, que está tocando fondo? ¿No hay una parte de la humanidad que en estos días se debate en las colas de la beneficencia? ¿No se encuentran los trabajadores con el sueldo de siempre ahora desvalorizado por la inflación? ¿Logramos algo cambiando caras, como quien cambia cromos, al frente de los partidos políticos? ¿No se nota un hastío del ciudadano hacia todo lo que signifique voto, promesa electoral, falsas cabriolas económicas, palabras mágicas que no significan nada a lo largo de las legislaturas?
¿Es que a estas alturas alguien niega la existencia de la casta? ¿Y de las cloacas del Estado? ¿Y pueden seguir tan frescos, con sus caras de cemento, los que han de dirigir nuestras vidas? ¿No les preocupa a los enanos la abstención que se aproxima a pasos agigantados? ¿No les preocupa el frío del invierno que estará en los hogares a la vuelta de la esquina? ¿Hemos de volver a apretarnos el cinturón como en los años 40, con las colas y las cartillas de racionamiento? ¿No hay demasiados intereses ocultos en las estrategias comunitarias? ¿Somos conscientes de que se han doblado los precios en los artículos alimenticios de primera necesidad? ¿Acaso no se nota un cierto acoso, telefónico o domiciliario, por parte de miles de empresas fantasmas que intentan coger leña del árbol caído? Bueno. Sólo son preguntas. Y… ¿A quién puede negarse el derecho a preguntar?