Como este es un país muy desmemoriado, y nadie se acordaba de que ya teníamos una polémica Ley de Memoria Histórica (que no gustaba a nadie, al ser la memoria lo contrario de la Historia), el Gobierno logró sacar otra Ley de Memoria Democrática, en medio de una tormenta parlamentaria en la que la derecha enarboló a las víctimas del terrorismo, acusando al Gobierno de pactar con los asesinos (Bildu), y la izquierda se hizo un lío con la Guerra Civil y su duración, además de cubrir de imprecaciones esa ley una vez aprobada.
Normal, porque precisamente por ser muy desmemoriados, aquí las luchas por el control de la memoria son más salvajes que las territoriales, y en ese campo de batalla imaginario, la memoria de los demás adquiere el aspecto terrible de una carga de caballería. De una violación de las fronteras. No hice comentarios porque el tema ya me tiene harto, procuro olvidarlo, que es lo propio de la memoria. Para eso está la bebida, por cierto, para olvidar. Parece que aquí ni beber sabemos, porque menuda tabarra nos están dando con la memoria. Debo haberlo dicho otras veces, pero hay que insistir. La memoria no se legisla, ni se pacta, ni se vota; la memoria se sufre. También se inventa, y se olvida. A menudo se corrompe, como le pasó ayer a la memoria USB donde guardo el contenido de mi portátil, porque a mí sobre fallarme la memoria biológica, se me pudre la tecnológica. Me pasé la tarde reponiéndola en otro dispositivo, con dudosos resultados, y en medio de ese espantoso tedio memorístico, decidí redactar este párrafo.
El olvido es la esencia de la naturaleza y del mundo. Y es una ventaja evolutiva. Cuanto menos recuerdas, más sobrevives y más te apareas. Los recuerdos propios, como prueban generaciones de memorialistas, se inventan. También se pueden adquirir memorias propias personalizadas, pues se trata de un producto mental (sector entretenimiento) de gran oferta. En cualquier caso, forman parte de la intimidad igual que los órganos genitales, y cada cual hace lo que puede con los suyos. Con su memoria. En serio, no vale la pena legislar fantasías, ni históricas ni democráticas. Dejen en paz la memoria de los demás. Que será olvido, como todo.