Las luchas entre facciones, el trabajo fraccional, en suma, las divisiones internas forman parte del ADN de las organizaciones izquierdistas. Se diría que fueron miradas por Eris, la diosa griega de la discordia, desde el momento mismo en el que irrumpieron en la Historia. Grande o pequeña, rara es la organización comunista o socialista que no tiene a su izquierda otra organización que se reclama como genuina portadora del ideal. En puertas de las elecciones andaluzas, el chusco episodio protagonizado por Podemos e Izquierda Unida en razón de disputas por la prelación de unos u otros en la formación de las candidaturas es un ejemplo. Uno más, de esa atracción irresistible por la confrontación.
El resultado de ‘quita tu candidata (Inmaculada Nieto) que pongo el mío (Juan Antonio Delgado)' es conocido. Delgado, el que quería imponer Podemos, se queda fuera. Podemos llegó tarde, fuera de plazo, a la formalización de las candidaturas y se ha quedado a la intemperie. Las interferencias de Pablo Iglesias –que se proclama alejado de la política pero que sigue teniendo el mando a distancia de la formación morada– estarían en el origen del chusco desenlace de este episodio. Ante el estupor creado entre sus seguidores están tratando de arreglarlo buscando hueco a alguno de los candidatos de Podemos en las listas que presentará IU, pero el fuego cruzado de acusaciones parece que puede malograr esa salida.
A la vista de la dispersión de siglas de la izquierda –Adelante Andalucía, la más reconocida con Teresa Rodríguez al frente, irá por libre– el panorama que apuntan las encuestas resulta poco alentador para las expectativas no sólo de los morados sino de todos los partidos situados a la izquierda del PSOE. Partido que tampoco atraviesa por sus mejores momentos pese a qué gobernaron Andalucía de manera ininterrumpida durante cerca de cuarenta años. Pero ya se sabe que en la política nada es para siempre.