Todavía resuenan con fuerza los análisis sobre esa epidemia de violaciones de móviles que afecta a políticos y gobernantes. Qué escándalo, dicen algunos. La población lleva años sufriendo ataques cibernéticos sin que no se haga nada serio y global para defenderla. Otra guerra. Uno creía haber rebajado la capacidad de asombro después de padecer impotencia ante los virus de la pandemia. No se entiende esta catarsis por otros virus de basura espacial que infectan las herramientas de comunicación.
Las máquinas también son vulnerables, como políticos, ministros, presidentes de gobierno y usuarios de internet: como todos desde que existe la tribu y alguien podía escuchar sus cuchicheos. Ningún medio de comunicación ha sido seguro desde las señales de humo hasta las redes de teléfonos encriptados, pasando por palomas mensajeras, correos del zar, el telégrafo o las centrales telefónicas. Siempre que haya gente con medios dispuesta a espiar, la fragilidad institucional y personal está asegurada. Ahora, la punta del iceberg se llama Pegasus, pero los avances tecnológicos sugieren que este software también puede ser destripado.
Recuerda el logro de descifrar el mecanismo de la máquina nazi Enigma, que además fue utilizada por los sublevados franquitas. Lo más sospechoso es que parece que el negocio del siglo está en la venta de seguridad. Ya ha empezado el márketing basado en la inseguridad. Es lo de siempre: seguir en manos de unos pocos que saben que estamos en pelotas, sin una hoja de parra que tape nuestras vergüenzas y sin vivir, precisamente, en el paraíso.