Siempre he sentido una especial curiosidad por los misteriosos dones que adornan a unos individuos de aparente e innegable incompetencia, pero a los que sin embargo se les brindan habitualmente un sinfín de oportunidades. Normalmente, un sonoro fracaso, quizás dos, marcan la trayectoria profesional de quien a partir de entonces se ve limitado a sobrevivir sin más aspiraciones. Pero existen personajes ajenos a este sensato razonar. Y ahí encontramos como a uno de los más cualificados a un hombrecillo, Albert Rivera, quien desde que hace unos 20 años apareció desnudo en un cartel electoral, apenas ha dado una a derechas –¿es realmente liberal, socialdemócrata, o?– y no obstante se le han ido abriendo puertas.
La última fue la del prestigioso despacho de abogados Martínez-Echevarría, de donde partió una oferta objetivamente inexplicable. Fue en en marzo del 2020, poco después de que Ciudadanos hubiera perdido en las elecciones dos millones y medio de votos, lo que en la práctica significó pasar de 57 diputados a 10. Posiblemente se confió en su agenda y sus relaciones. De acuerdo. Le pagaron un dineral y le ofrecieron el cargo de presidente ejecutivo. Y apenas han necesitado dos años para concluir que no les ha servido para nada.
¿Incompetencia, nulas dotes para el trabajo a su cargo, negligencia, un poco de todo? En resumidas cuentas, Albert Rivera se ha despedido antes de que lo echaran. No hay que temer por su porvenir, a buen seguro no tardará en tener alguna que otra oferta, es parte de su gracia. Lo jodido es pensar que tan privilegiado inútil estuvo a punto de ser presidente del país. ¿Nos lo merecíamos?