Aquel día me levanté y descorrí con alegría las cortinas para comprobar que estaba lloviendo a mares bajo un cielo gris marengo. Una sensación de bienestar recorrió mi cuerpo porque anunciaba que el otoño estaba a punto de empezar y eso es siempre motivo de felicidad para todos los que no somos amantes del buen tiempo. Cogí el coche y partí sin rumbo. En la radio sonaba What Difference A Day Makes, de Dinah Washington ensalzando ese momento de magia bajo una tormenta cargada de promesas y nuevos comienzos que me hacían bailar mientras la gente se refugiaba en los portales con expresión de fastidio.
Pensé que a veces te hallas en ese impás en el cual no perteneces a ningún lado y ello se convierte en una oportunidad para crear una nueva vida. De pronto las cosas se te antojan sin filtros y se empieza a dar valor a lo que es verdaderamente importante para uno y para la gente que te rodea y quiere. Grandísima responsabilidad tratar de no decepcionar y hacer las cosas de la mejor manera, aunque no siempre sea posible ya que resulta agotador. Llega un día en el cual te levantas y sabes que en el fondo todo depende de ti, empiezas a observar maravillado todo cuanto te rodea y es que, a pesar de estar lloviendo eres consciente de que llevas el sol por dentro y por ello disfrutas de la lluvia.
Sí, te pueden llegar a gustar muchas cosas pero muy pocas te atrapan, que la vida puede ser idílica y sin embargo todo puede cambiarte en un segundo y trastocar tu realidad, que no siempre hay vuelta atrás a pesar de que tus fuerzas y mente te digan lo contrario. Tal vez por eso se creó el otoño, la estación por excelencia, ya que trae consigo el poder de la renovación, de ese volver a empezar o de hacerlo realidad de una vez por todas. El otoño inspira, motiva, te invita al recogimiento y te ayuda a poner en claro muchas cosas que el verano no te permitía. A veces hay que dejarlo todo atrás y centrarse en lo que uno desea. Siempre se puede volver a empezar, aunque uno no pueda regresar al punto de partida, porque siempre existirá un nuevo escenario, una nueva ilusión que arranque el motor que permanecía en ralentí. En ese momento recordé la frase de Freud, «nunca te equivocarás si haces lo correcto» y para entenderla comprendí que antes era fundamental haberse equivocado. Bienvenido otoño, bienvenidas todas las nuevas posibilidades.