Las Baleares están sometidas desde los años sesenta a un proceso de substitución demográfica semejante al que se produjo en el siglo XIII. El incremento de la población debido en su inmensa mayor parte -de orden superior al 90% - a una masiva inmigración ha cambiado de forma radical las sociedades isleñas. Ningún otro fenómeno en la época contemporánea las ha afectado tanto. Ni las guerras. Desde 1960, año en el que se puede suponer el inicio del boom turístico que es el que ha motivado la atracción de grandes flujos de mano de obra externa, la demografía ha aumentado en un 173%. Desde la triste invención de la cosa autonómica, en 1983, un 80%. Son sólo dos datos que permiten entender cómo el turismo ha sacudido cada sociedad insular que existía tanto en un momento como en el otro. Más que sacudirlos ha mutado sus estructuras de arriba abajo. Sin remisión. Sin posibilidad de vuelta atrás.
Un paréntesis importante. Migrante es aquel que está en tránsito entre dos lugares de residencia. Emigrante es el que deja su lugar de residencia. Inmigrante es el reside en otro lugar diferente a donde residía antes. Aun cuando la ñoñez progre tonta pretenda que emigrante o inmigrante tienen algún tipo de connotación ofensiva, no es así. Un emigrado no es un migrante. Ya está migrado y por tanto es inmigrante allí donde reside y es emigrante de allí donde residía. Cualquier manual de Geografía Humana de nivel básico de bachillerato lo explica. E igualmente podría ilustrar a los ofendidos de la derecha ignorante que critican la calificación correcta de emigrante-inmigrante para aquel que ha migrado entre dos lugares del interior de España: lo es tanto como si fuera extranjero.
Hecho el debido paréntesis aclaratorio, hace un par de semanas se podía leer en las páginas de Última Hora que el 56% de los residentes son inmigrantes. Si se sumasen a ellos los hijos de anteriores inmigrados desde los años ochenta el porcentaje de residentes con dos generaciones de ancestros nacidos aquí baja hasta no más del 35%.
Si tomamos como referencias comparativas las sociedades isleñas de cuando se inventó la autonomía baleárica y las actuales, por fuerza tiene que concluirse que la masiva inmigración ha cambiado de forma radical a estas últimas. Es muy difícil encontrar parangón. Es una muda absoluta en poco más de una generación.
Estamos ante el fenómeno social más impactante para las Baleares en toda su historia contemporánea. Sin embargo, ninguna institución autonómica -Parlamento o Consejos Insulares – ni local -ayuntamientos - ha tenido tiempo de dedicar a la cuestión -con los enormes y múltiples retos que conlleva – ni un solo debate monográfico. De hecho es que la aristocracia política regional que nos gobierna ni siquiera ha aceptado jamás la existencia de un conflicto por ese motivo. Y es un conflicto -véanse, si se duda, las acepciones que la RAE da a la palabra – al fin y al cabo. Más que uno, son muchos dado que todos los ámbitos sociales han experimentado el fenómeno.
Estos últimos días se ha podido ver una de esa derivadas conflictivas. La han mostrado las quejas catalanistas por el uso exclusivo del castellano en servicios de la consejería de Sanidad del gobierno regional. Episodios por el estilo van a ser cada vez más frecuentes. Y no sólo a cuenta de la discriminación oficial del catalán -que contraviene la normativa legal- , con el que tantos se inflaman tanto y tan a gusto. El mismo origen tienen muchos otros problemas y retos sin fin. El enorme impacto de la inmigración ha supuesto la desestructuración de las sociedades isleñas mallorquina e ibicenca -mucho menos en Menorca y Formentera –, lo cual por fuerza ha provocado múltiples problemas de fondo que durante mucho tiempo han estado sumergidos pero que, con el paso de las décadas, ahora van emergiendo. A pesar de que el silencio político los ha querido ignorar son cada vez son más visibles.