Han pasado las elecciones catalanas y en Madrid la clase política sigue en su mayoría instalada en su tan apreciada táctica de no mirar para así no ver nada de lo que ocurre en Cataluña. No es una forma de conducirse nueva. Ya en 1895, tras la eclosión de la última revuelta independentista en Cuba, la actitud de la élite española en la villa cortesana fue calcada e incluso casi con las mismas palabras que ahora excusaba su ceguera política: que la “perla antillana” no era una colonia, que era “una provincia española” como cualquiera de las peninsulares, que “la razón y la ley están de nuestro lado” (1896, presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas del Castillo) y toda la retahíla, exacta, que podemos escuchar y leer ahora respecto al Principado catalán desde que en él explotó, ya hace 9 años, el movimiento separatista actual.
Fuera de nuestras fronteras se ve con más claridad. Los grandes medios europeos -Euronews, Le Monde, Der Spiegel, Corriere della Sera, BBC, Frankfurter Allgemeine Zeitung, Público (de Portugal), The Times… -y norteamericanos -The New York Times, Washington Post, Los Angeles Times, CNN… - han destacado la victoria separatista en votos y escaños, dejando entrever que seguir negándose a ver esto es no querer encontrar solución -salida, en verdad – a la situación. Pero en Madrid las cabeceras de referencia nacional y los líderes políticos de partidos del mismo ámbito han interpretado los resultados -con la relativa excepción de la extrema izquierda mediática y política – al mejor estilo de “Santiago y cierra España”, tomándose como una afrenta la democrática expresión política de los catalanes o, incluso, como muestra de alguna patológica desviación: “sociedad enferma”, “no tienen remedio”, “Cataluña es España, no hay más”, “hay que ser más contundentes”, “hay que ilegalizarlos”, “no habrá referéndum, no importa el porcentaje de votos independentistas” (Carmen Calvo, vicepresidenta del Gobierno, en una sublime demostración del concepto mesetario de democracia, aunque en este caso la palabra dada vale tanto como si hubiera asegurado todo lo contrario)…
El paralelismo, en fin, entre lo que decía el todo Madrid político y mediático a fines del XIX en relación a Cuba (por cierto, al cabo de 3 años de tanta fiebre nacionalista imperial, España la perdió) y lo que dice ahora respecto a Cataluña hace dudar de aquello de que no es verdad que la historia se repita. Puede que no, pero a veces, como es el caso, dos situaciones diferentes y tan lejanas en el tiempo parecen calcos.
Siendo cierto que la ofuscación de la élite en Madrid sigue la acendrada tradición imperiofílica y patológica que es marca de la casa desde hace siglos, existe un elemento nuevo: el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que al menos ha conseguido crearun camino para la negociación política con el independentismo. En efecto, tal y como se ha analizado por parte de servidor en numerosas ocasiones, Sánchez tiene a su favor que no se siente lastrado por ningún principio ético ni ideológico y como además es un tipo de carácter temerario puede, por tanto, buscar salidas al bucle catalán que ningún otro presidente ni siquiera se hubiera atrevido a imaginar.
En el diseño del líder socialista para superar a Felipe González en años de estar instalado en La Moncloa -el primero estuvo 14 años, él va para los 3 – existe un elemento de apoyo externo al que sólo puede alentar, Vox, cuya misión ha de ser debilitar al PP vía la fragmentación del centroderecha. De momento le va muy bien, pues los ultras son hoy por hoy el mejor seguro de que él seguirá en la presidencia en los próximos años al imposibilitar que lo haga Pablo Casado y, es probable, su sucesor. Pero no le basta con esto. Para tener la esperanza racional de conseguir mantenerse en el poder unos 12 años más requiere del debilitamiento de su izquierda, que la está consiguiendo, -en eso Podemos se basta solo pero al darle ministerios vacíos Sánchez les está dejando en evidencia, lo que se traduce en una pérdida de intención de voto morada que es lo que quería el socialista – y, además, de la reedición adaptada de lo que fue el Pacto de San Sebastián de 1930 entre el PSOE y los nacionalistas, a la sazón para derribar a la monarquía e instaurar la república, hoy para acotar la inútil corona y avanzar en libertades republicanas aun sin cambiar el sistema. Para esto último, obvio es, necesitaba atraerse a los nacionalistas vascos -lo que se da por descontado, pues siempre están en venta – y a la vez conseguir canalizar la negociación política con los catalanes.
Esto último era lo muy peliagudo, porque el liderazgo electoral y por ende político correspondía al movimiento de Carles Puigdemont que se basa en el cuanto peor, mejor. Con él no había posibilidad de nada y pronto Sánchez lo entendió. Ahí empezó a tejer su operación. Que en síntesis se trataba de, primero, converger con los intereses de ERC y, segundo, evitar que el puigdemontismo se hiciera otra vez con la presidencia de la Generalidad. Y justo esto es lo que consiguió en las elecciones catalanas. Por muy poco y sobre todo gracias al inútil de Artur Mas, que con sus celos consiguió situar al PSOE y a ERC por encima del puigdemontismo.
A ver, Sánchez no ha logrado todavía nada concreto respecto a la salida del bucle catalán. Sin embargo ha alcanzado una posición que hasta ahora había sido imposible. Tener un presidente de la Generalidad de su aliado ERC y así poder comenzar a negociar a ver si se pueden tejer suficientes complicidades como para pactar, luego de los indultos, un referéndum. Muy difícil, cierto. Pero ahora el camino tiene la puerta abierta para recorrerlo. Que es mucho más de lo que existía. Y no cabe olvidar que un referéndum puede ser convocado por el Gobierno nacional sobre, pongamos por caso, un nuevo Estatuto catalán que no se diga de autonomía -aún siéndolo- sino de autogobierno, que no haga expresa referencia a la autodeterminación aunque los nacionalistas tal lo consideren de forma fáctica…Vías hay muchas. La cuestión fundamental es que existan canal de negociación y voluntad de acuerdo. El primero lo ha abierto Sánchez a través de las elecciones catalanas. Veremos qué pasa con la segunda.