El empeño de Mariano Rajoy en ser candidato a presidente del gobierno empieza a ser preocupante. Sabe perfectamente que sin el PSOE no tiene suficientes votos para ser investido. Pero él, de momento, erre que erre, quiere convencer al rey para que le encargue intentar ser de nuevo jefe del ejecutivo. O tiene alguna carta escondida o es un irresponsable de tomo y lomo. Ni siquiera él se merecería pasar por una humillación tal como la que le espera si el PSOE no se abstiene. La suma de votos negativos en segunda vuelta será superior a la de los positivos y se verá ahí tirado, sin presidencia, vapuleado en el Congreso y a los pies de los caballos enemigos, o sea de la caballería aznarista. Es verdad que sabe muy bien que en caso de no ser presidente su futuro político es nulo y su presente corto, muy corto. Por tanto es comprensible que haga lo que sea para evitar tan triste sino y se entiende su afán de evitar cómo sea el drama personal de ser el primer presidente que no repite mandato, sin embargo nadie se merece pasar por un trance tan patético y una humillación tan intensa. Debería Rajoy reflexionar y decirle al rey que no se ve con números favorables para intentar la investidura. Que lo intente Pedro Sánchez que tiene mayores posibilidades y que en caso de no conseguirlo quizás él podría pensárselo. Esta obcecación de ahora en su candidatura tiene algo de enfermizo. Los políticos deberían asumir mejor sus derrotas. Deberían, pero no lo hacen. Todo lo contrario, de hecho: cada vez menos asumen la culpa, ni siquiera la responsabilidad. El PP se hunde en las urnas y Rajoy quiere ser presidente porque “he ganado”, dice el hombre, sin que nadie le entienda. Sánchez mete a su partido en lo más hondo del pozo que empezó a cavar Zapatero y quiere ser presidente “del cambio”. Ambos deberían haber dimitido en la misma noche electoral. Ni por asomo. A mantenerse cómo sea porque saben que si ceden será su fin. Bien, puede comprenderse. Son políticos y por tanto no se dejan llevar por cosas como la vergüenza, la coherencia y la ideología. Sus principios son el cinismo, el oportunismo y la mentira. No hay, en este sentido, ninguna diferencia entre ellos. La hay sin embargo en algo que no es nada baladí. Rajoy es el presidente de todos los ciudadanos. Lo que haga el actual máximo mandatario político del país, quiérase o no, nos afecta todos, mientras que las tonterías del socialista todavía no. Es en este contraste de situaciones personales de ambos donde está la razón por la cual Rajoy debería tener más sentido de Estado. Nadie le pide que acabe su carrera política de una forma tan patética y gravemente humillante como pretende. No es necesario para él y, sobre todo, no lo merecen los ciudadanos, voten a quién sea, si es que lo hacen. Todo presidente merece una salida honrosa. Incluso Rajoy.
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