Hace unos meses hicimos cumbre en el Mont Blanc. No fue una fecha cualquiera (8 de agosto de 2024), se trata del aniversario del primer ascenso, allá por 1.786. Para nosotros habían pasado cuatro larguísimos años de planes fracasados desde nuestro primer intento en 2020. Estábamos en plena COVID y aprovechamos uno de los periodos de autorización para viajar a Chamonix. En aquella primera ocasión tuvimos que sortear un montón de problemas derivados de la situación de pandemia y diseñamos las etapas de la escalada quizá demasiado largas y duras. Para colmo, el día definido para atacar la cumbre nos encontramos con una tormenta muy sería que imposibilitó cualquier ascenso. En resumen, nunca tuvimos la opción de hacer cima por factores que no tenían que ver con la propia ascensión. El segundo fracaso, el año pasado, tiene una explicación más simple y es que hay que tener mucho cuidado con los compañeros de viaje. Circula por internet un reel que lo explica gráficamente. Lo divertido de viajar con un cateto es que terminas visitando sitios a los que no irías jamás: comisarías, hospitales, etc.
Este año los presagios no eran buenos ya que el día de nuestra partida se produjo una avalancha en el cercano Mont Blanc de Tacun con varios heridos y un muerto. Con todo este bagaje y nuevo equipo formado por Jorge Scharfhausen, montañero de Lisboa que ya había escalado con nosotros, y los mallorquines Toni Jaume, Diego Báez (Soldier) y quien firma esta crónica, iniciamos un viaje que habíamos empezado a preparar en enero.
Muchas sorpresas
Despegar de Palma en pleno verano con treinta y muchos grados y aterrizar en Ginebra con diez grados menos es agradable y a partir de aquí se van acumulando las sorpresas. El tránsito hasta Chamonix se realiza por una autopista que asciende entre montañas grandiosas hasta que vislumbras un montón de parapentes que descienden desde las altas cumbres que rodean y sirven para anunciar la llegada a la ciudad.
Al día siguiente tenemos previsto hacer un primer ascenso a Tête Rousse, el refugio intermedio, dormir para aclimatar y volver a Chamonix. La subida a Tête Rousse no perdona. Se va empinando cada vez más y eso que solo es un modestísimo aperitivo de lo que vendrá después. A mitad del camino nos supera una pareja de españoles, un padre y su hija vascos que suben a buen paso y nos comentan que quieren llegar nada menos que a Goûter, el refugio de altura desde el que se ataca la cumbre. Les deseamos suerte y con mucha envidia los vemos avanzar ligeros hasta perderse en algún recodo sobre nuestras cabezas.
Poco después en toda la montaña se oye un estruendo y al rato empezamos a cruzarnos con grupos que descienden con los ojos agrandados por el miedo incluida la pareja de vascos. Todos repiten el mismo mensaje. «La bolera» está peligrosa, ha habido un gran desprendimiento y no es aconsejable cruzarla. Le couloir de la mort (el pasillo de la muerte) rebautizado por los españoles como «La bolera» un nombre más gráfico y explicativo en el que los montañeros son los bolos y las piedras de todos los tamaños (a veces tan grandes como un coche) que descienden fulgurantes por la pala son las bolas.
Francamente a nosotros el ruido nos parece que viene de otra de las palas más a la derecha pero tampoco importa mucho puesto que hoy no tenemos que cruzarla por lo que seguimos camino. Esta impresión se confirma cuando llegamos a Tête Rousse y comprobamos que el desprendimiento ha sido en una pala fuera de ruta. Pasada la noche, volvemos a descender a Chamonix y tras superar una jornada de trámite nos enfrentamos al único inconveniente insalvable de una expedición en la que todo estaba saliendo perfecto. Perdemos a nuestro Jorge -de apellido impronunciable- por un problema familiar que le obliga a regresar anticipadamente a Lisboa.
Superado el disgusto y una vez pasada la noche en Chamonix, volvemos a coger el popular tren de los Alpes que sigue restringido a escaladores por las obras de ampliación de Nido de Águilas, el primer refugio. Eso es todo un problema si no vas atento ya que todos salimos en caravana, jóvenes y viejos, expertos y nóveles, lo que te hace muy vulnerable a que te saquen de tu paso y terminas agotado en cualquier recodo del camino. Pero llegamos sin mucho cansancio al glaciar que anuncia el refugio de Tête Rousse y nos obliga a colocarnos ya los crampones.
El refugio de ataque
Al día siguiente estamos como clavos a las nueve de la mañana en el inicio de «La bolera» ya que todos los estudios dicen que la mejor franja para atravesarla es entre las nueve y las diez. Los dos primeros pasamos sin problema. Pero cuando le toca a Diego empiezan a caer piedras de tamaño pequeño que no le dan, pero nos meten miedo para el regreso. Después toca ascender la arista de Goûter, otro punto peligroso. Se trata de una enorme mole de rocas casi en vertical, es como subir por la espina dorsal de un gigante.
Después de casi tres horas escalando al borde del abismo llegamos al antiguo refugio de Goûter, hoy abandonado. El nuevo se encuentra a unos 200 metros horizontales, pero hay que hacerlos cresteando por una arista nevada a cuyos laterales superan los mil metros de caída a cada lado.
Sobre las cinco
Tradicionalmente los intentos de cumbre se inician muy temprano, pero recientemente los guardianes de Goûter ofrecen dos opciones de desayuno, a las dos y a las siete, pero nosotros optamos por aprovisionarnos de barritas energéticas y tirar para arriba al poco de pasar las cinco.
Alternando escarpadas palas nevadas y aristas con más de dos mil metros de caída a cada lado llegamos al último punto de posible cobijo, el refugio no atendido de Vallot. Hacemos un descanso que aprovechamos para hacer balance y no es el mejor. Hemos gastado demasiada agua y excesivas barritas, habrá que economizar. Pero lo más alarmante es que Diego tiene problemas de aclimatación en forma de agotamiento y mareo. Tenemos claros nuestros protocolos y prioridades, si uno baja, bajamos todos por lo que los otros dos le proponemos el descenso. Pero el tío es duro y dice que seguimos.
Hemos pasado Vallot y a partir de aquí las cosas van en serio. Los que tenían dudas ya han abandonado, y el terreno es más exigente y técnicamente más complicado, palas más verticales y aristas más afiladas que separan dos países, Italia y Francia.
Hace un día espléndido pero ventoso lo que dificulta sacar las fotos para Ultima Hora y Mallorca Sense Fam. Nos tomamos unos minutos para disfrutar el triunfo, pero inmediatamente iniciamos la bajada. No conviene entretenerse a 4.809 metros. Hacemos el descenso con una felicidad que solo puede entender un montañero que hace una cumbre que se ha resistido, pero también con rapidez para reducir el tiempo sobre la nieve soleada. Ahora somos alpinistas de verdad. Hemos conquistado el Mont Blanc, rey de los Alpes.