Su agudeza a la hora de profundizar en las situaciones más insospechadas, aquellas que nos asaltan en plena calle, en la oficina o en el gimnasio resulta siempre sorprendente y arriesgada, toda ella atravesada de un certero cinismo. Así es el humor de Santi Liébana, quien reconoce que las hilarantes disertaciones de Faemino y Cansado le pusieron en la órbita del humor. Podemos disfrutarle los próximos 7, 13, 21 y 28 de septiembre en el ciclo Rívoli Comedy, o abriendo el telón en la gala de Mikel Bermejo del próximo 5 de octubre del FesJajá.
¿El humorista nace o se hace?
—Creo que el instinto nace y la progresión se hace.
¿Qué inspira su comicidad?
—Las situaciones cotidianas de la vida, y a partir de lo que me pasa a mí luego le doy una vuelta cómica.
Si el humor fuera un cóctel, ¿con qué ingrediente no se nos puede ir la mano?
—No se nos puede ir la mano con la moderación.
¿El humor es un juego de percepciones?
—Sí, porque la base del humor y sobretodo del monólogo es un punto de vista, un tópico y una actitud.
¿De alcanzar el éxito le inquietaría sufrir el síndrome ‘Dave Chapelle’ y desaparecer víctima de la presión de la fama y sus demonios?
—No, porque tengo una edad, y ya he manejado mucho tiempo el fracaso como para no abrazarme a un supuesto éxito.
¿El buen humor debe ser sanador, escapista o reflexivo?
—El buen humor debe ser buen humor. Hay ahora una tendencia que parece que el humorista tiene que ser filósofo, ideólogo político, lo tiene que ser todo… Cuando al final igual lo que tenemos que intentar hacer es hacer reír, y que se encargue de la filosofía el filósofo…
Por lo general, el fracaso y la desdicha conectan mejor con el público que el éxito y la felicidad, ¿no somos un poco masoquistas?
—Es que el ser humano está preparado para ser masoquista y para sobrevivir... Piensa que de las seis o siete emociones básicas cinco son negativas.
Carlos Faemino ha dicho que ‘la corrección política es la muerte de un pueblo’, ¿es más fácil herir susceptibilidades que antes?
—Creo que siempre ha sido igual, solo que ahora cualquier persona se puede expresar en redes sociales y eso lo complica.
Pero, ¿no cree que existe un corsé invisible que constriñe nuestros movimientos?, hoy una crítica puede ser juzgada severamente como sucedió con Valtònyc...
—Bueno, lo de Valtònyc si no hubiesen existido los mecanismos que lo han condenado pues igual no lo hubiese escuchado ni el tato, y no lo digo por Valtònyc en particular, ¿eh? A mí no me van a caer ostias porque tampoco llego a mucha gente, hay humoristas que creen que van a ser mejores por herir gratuitamente. Si yo tengo un punto de vista que no es políticamente correcto no me corto y lo expongo, pero tampoco voy a buscar una provocación gratuita.
¿Es usted más de Los Morancos, Faemino y Cansado o Ricky Gervais?
—Ahora queda muy bien decir que de Faemino y Cansado, pero yo les sigo desde que tenían el programa en La2 que no lo veía nadie. Los Morancos me parecen caducos, son buenos pero pertenecen a otra generación. Y Ricky Gervais parece un provocador que juega al límite cuando en realidad hace chistes de caca, culo y pedo.
Si de humor se refiere, ¿Mallorca juega la Champions?
—Mallorca está en la Champions realmente por número de eventos y de público medido. Estamos justo detrás de Barcelona y Madrid.
¿Humor y política son un matrimonio bien avenido o conviene separarlos?
—Ahora mismo hay mucha agitación política en general y eso afecta al humor.
Decía Bob Hope que el humor inteligente le saca partido a las contradicciones de la vida…
—Estoy de acuerdo, pero actualmente lo de humor inteligente también se ha desvirtuado un poco.
¿Cree en el poder del humor para transformar la sociedad y modificar opiniones?
—Creo que en el día a día el humor mejora a la sociedad.
¿Hay espacio para la improvisación en su show?
—Yo admiro a la gente que se pega dos años haciendo el mismo show, chiste por chiste. Yo necesito ir cambiando cosas y juego mucho con la improvisación.
¿Qué es lo más tremendo que le ha pasado sobre un escenario?
—Pues ver cómo un niño de ocho años sacaba a su padre borracho de la sala. Fue muy fuerte.