El séptimo muelle del Club de Mar, inmerso en su reforma integral, se ha convertido en un museo flotante con motivo de la XXVIII Regata Clàssics Illes Balears, una competición que se desarrolla este fin de semana en la bahía de Palma, con más de treinta de veleros clásicos y de época. Cada embarcación cuenta con su propia historia y en la mañana de ayer, mientras ultimaban los preparativos para la regata, armadores y tripulantes desvelaron algunos de sus secretos.
El decano de la regata es el Grayling, botado en Inglaterra en 1900, un barco de vela cangreja. «Es como un juguete, estoy enamorado. Lo que tienen estos barcos es que no hay que invertirse nada: si no va, es por que no has sabido llevarlo. El Grayling fue recuperado por la familia Carrió en 2007, tras pasar años abandonado», explica el patrón del barco, Toni Vellés. En el pantalán también se encontraba Teresa Contreras, primer trimer de Mesana del Disparate, botado en 1961. «Lo mandó a construir el conde de Zubiria. Cuenta la leyenda que su nombre se debe a que la condesa, al ver el barco y preguntarle el coste, exclamó: "¡Qué disparate!". Fue el primer barco español en participar en la Fastnet, una de las competiciones de vela de crucero más veneradas y temidas del mundo. El barco se hundió en su amarre en Bilbao y estaba medio abandonado. Se compró allí y se restauró entero, con sus planos originales, en Astilleros del Mediterráneo, en Málaga, donde pasó tres años», explica Contreras, hija del armador.
Otra embarcación muy veterana es Barbara, un velero de dos palos con bandera italiana que cumple sus cien años de vida marinera. «No me gusta presentarme como el propietario del barco: tienen su propia alma y nosotros los acompañamos. Son patrimonio colectivo, y sirven para enseñarles a los jóvenes la cultura marinera y navegación tradicional. Esta te permite dominar los ritmos lentos o entender las maniobras, además del espíritu del mar. El barco fue botado en Inglaterra, y es un diseño del célebre Charles Ernest Nicholson. Se creó como un barco de crucero, no de regata, y fue el primero en montar un aparejo Bermudian», afirma el custode de Barbara, Roberto Oliveiri.
Bajo un sol abrasador, en el muelle también se hallaba ayer Leonardo García, presidente de la Asociación Española de Barcos de Época y Clásicos, además de armador del Nerisa, construido en Italia en 1965. «Es el barco más bonito del mundo. Utilizaron madera de teca de Birmania que llevaba secando 80 años. Una barbaridad. Perteneció a un inglés y su segundo propietario fue el conde Cinzano, el del vermú. Yo soy el cuarto propietario, y ya llevo treinta años con él. Los armadores de barcos clásicos siempre valoramos la vertiente cultural: la historia de nuestros barcos es una parte fundamental, nos gusta ver buenos planes de diseño, grandes astilleros, la calidad de los materiales de entonces, hoy casi inalcanzable...», expresa García, quien enfatiza la importancia de esta clase de regatas. «Su importancia estriba en el hecho de que sirven para que la gente se implique en la restauración de los barcos. Deberían ser consideradas como un medio, no como un fin», concluye García.
El que no podía faltar a la cita es Gipsy 1927, de la Fundación Vela Clásica de España, hermano menor del buque escuela Juan Sebastián Elcano: fue construido en Echevarrieta y Larrinaga, actuales Astilleros de Cádiz, con el material sobrante de la construcción de su hermano mayor. «Los palos, por ejemplo, que son originales, son las vergas de los velachos de Elcano. Este barco realizó labores de espionaje en la Guerra Civil y, de hecho, en el palo de mesana todavía hay restos de metralla. El barco lo compró el Gobierno de Burgos y lo puso en pabellón inglés, donde le cambiaron el nombre a Gipsy. Patrullaba entre el cabo de la Nao y Marsella», explica Petete Rubio, miembro de la tripulación del Gipsy 1927.