Alejandro Bellapart, presidente y fundador de la Fundation Action Group Children for Liberia, ha conseguido el objetivo que le marcamos. Entrevistar a niños de la guerra, cosa que ha logrado en la última visita que ha hecho a Liberia, concretamente a su capital, Monrovia. Aunque, a decir verdad, para poder hablar con ellos tuvo que desplazarse hasta Loyee, a unos 50 kilómetros de esta localidad, lo cual para una persona como él, con contactos, no ha sido muy complicado. En todo caso, lo ha sido más convencerles para que le hablaran de aquellos años, cuando perdieron su infancia matando muchas veces sin saber a quién, o por qué. Años que, ya adultos, y algunos con hijos, tratan de olvidar.
En concreto, Alex habló con tres, dos de ellos ex niños de la guerra y uno de sus jefes, por tanto bastante mayor que ellos. Y lo hizo en un lugar un tanto apartado del centro urbano, tranquilo, rodeado de verdor por todas partes, bajo un cielo azul, huérfano de nubes. Sentados dos de ellos a su lado, sobre un banco de madera sin pintar, y el otro en una silla de plástico, de color verde, hablaron, puede que al principio con cierto recelo, pues, repetimos, para ellos, aquellos años, y cuanto aconteció, lo tienen más que archivado, que no olvidado, lo que significa que han de escarbar entre los recuerdos…
Ellos son William Tetee y Enmanuel Stosuu, ex niños soldados, y George Jordan, ex oficial commander, bajo cuyo mando y adiestramiento tenía alrededor de 68 de esos niños.
Naturalmente, no les queda más remedio que echar la vista atrás, retrocediendo a los años 90 del siglo XX, cuando el país estaba gobernado por el dictador Charles Taylor, hoy pudriéndose de por vida en una cárcel de Frankland (Inglaterra) a causa de los crímenes de guerra y lesa humanidad que cometió, primero, antes de acceder a la presidencia como jefe de las Fuerzas Nacionales Patrióticas de Liberia, con las que derrocó al presidente Doe, luego, a lo largo de su mandato, como presidente, cargo al que accedió gracias a unas votaciones manipuladas, y por último, los que sumó en la vecina Sierra Leona, al prestar apoyo y ayuda a los rebeldes del Frente Revolucionario Unido. Eran, por tanto, tiempos convulsos y caóticos, donde la vida, sobre todo de los más débiles, no valía nada. Eran tiempos de guerra civil con el objetivo de, o mantenerse en el poder, o arrebatárselo a quien lo tuviera. No había otra razón.
No contó los que mató
Recuerda William que cuando tenía diez años unos soldados llegaron a su poblado y se lo llevaron, de lo contrario le hubieran matado con su familia, puesto que sus padres habían muerto. «Luego, cuando supe que me habían cogido los soldados de Taylor, que estaba luchando contra el presidente, me enseñaron a manejar las armas y a disparar. Eran kaláshnikov. Estuve siempre en retaguardia, quedándome en los pueblos que habían conquistado, para impedir que los perdedores lo recuperaran».
Alejandro le preguntó si había matado a alguien… William guardó silencio, por lo que el abogado mallorquín insistió: «¿Cuántos, William…? ¿20…? ¿30…? ¿50...?». Este dirigió su vista hacia el suelo, tratando de recordar. Luego le miró fijamente, contestándole con un escueto: «No sé… No los conté… Pero fueron muchos los que maté, ya que fueron diez años los que duró la guerra». En el año 2003 se acabó la guerra y dejaron las armas. «Durante cinco años traté de rehacer mi vida, lo cual me costó mucho. Pasé de la guerra a la paz sin haber ido a la escuela, lo cual fue una dificultad que con el paso del tiempo fui superando. Hoy estoy casado, tengo cuatro hijos. Ellos –se refiere a sus hijos– pueden tener una vida que yo no tuve».
O eran ellos o era él
Enmanuel cuenta que fue capturado por los soldados de Taylor cuando tenía 12 años. Le enseñaron a manejar las armas, sobre todo el AK 47, y le mandaron a primera línea, obligándole a entrar en los poblados. Entonces, o eran ellos, o era él. Pero tampoco recuerda a cuántos mató. «Jamás los conté… ¿Para qué…? O mataba, o me mataban… Y es que no tenía otra alternativa, pues cuando me raptaron me dejaron bien claro que si no me iba con ellos me mataban y mataban también a mis padres… No tenía otra alternativa. Y matábamos, ya bien en los combates, entrando en los poblados, o al que trataba de desertar».
A Enmanuel, una vez finalizada la guerra y depuestas las armas, tampoco le fue fácil recuperar el tiempo perdido. Sin nada, pues en una guerra se pierde prácticamente todo, incluso ganándola «y más siendo un simple soldado como éramos nosotros». Por fortuna, poco a poco ha ido recuperándose.
Por último, George, oficial commander, como hemos dicho, con una tropa a su mando, entre ellos, algunos small soldiers.
Cómo lo hacían
Se solía desplazar en jeep, llevando siempre consigo, además del AK 47. «Cada día tratábamos de avanzar un poco, conquistando poblados, haciendo prisioneros… Cuando conquistábamos un poblado, reuníamos a toda la gente en la plaza y les pedíamos cooperación, y si no nos la ofrecían, torturábamos a sus líderes…. Mientras que a los niños los convertíamos en soldados, los armábamos tras haberles enseñado el manejo de las armas, y los hacíamos ir delante. Si nos emboscaban, eran los primeros que caían… ¡Ah! Si había algún niño que se negara a obedecer, se le ejecutaba…». George tampoco recuerda a cuántos mató. «Ni tampoco –confiesa– he tenido ningún tipo de remordimiento por lo que he hecho. Porque, o eran ellos o era yo». Y apostilla: «Espero que todos aquellos sucesos hagan que no vuelva a repetirse lo que sucedió, sino que haga que vivamos en paz, como ahora». Enmanuel y William asienten. El relato es duro. Pero es que fue así. Lo cuenta el cine y los libros, y ahora lo cuentan ellos...