La Semana Santa en Mallorca ha vuelto este 2022 de un modo similar a como se desarrollaba antes de la pandemia de coronavirus, y han regresado también las procesiones donde las caperutxes o capirotes y las imágenes religiosas llenan las calles de recogimiento y expectación. La tradición católica impregna esta tierra desde antes de la Conquesta, de la que pronto se cumplirán ocho siglos, y a partir de la misma marcó ininterrumpidamente las costumbres y el devenir de una sociedad muy devota. Hoy la religión se antoja menos de moda, el cristianismo parece haber perdido cierto fuelle viendo la afluencia de feligreses a los templos, aunque en épocas como esta refulge de un modo especial el interés religioso. Así es como afloran algunas preguntas pertinentes.
Si se han cuestionado alguna vez cuál es el origen de los elementos que conforman la Semana Santa en Mallorca y el resto de Islas, aquí encontrarán algo de luz al respecto. Empezando por el mismo capirote, el gorro de punta o cucurucho que se coloca en lo alto de la cabeza de los nazarenos y oculta su identidad en las procesiones de todo el país, y que se utilizó por primera vez en los tiempos de la Inquisición. ¿Cómo ha llegado hasta nosotros?
Actualmente estiliza la figura de la persona que procesiona en remisión de sus pecados. Este detalle, el de la acción para ser absuelto de los malos comportamientos o pensamientos, se conecta directamente con otro punto que resulta un tanto tétrico. Y es que en la Edad Media, cuando nació el capirote, también se purgaban los malos comportamientos, y en muchas ocasiones los medios para ello no eran precisamente humanitarios. De ello sabe algo la Santa Inquisición, cuyas prácticas en Mallorca ya tratamos con mayor profundidad en este otro artículo.
Al capirote de la Inquisición se le llamó coroza, y como tal se utilizó en aquellos infelices que caían en manos de los inquisidores por sus pecados o prácticas heréticas, como complemento al sambenito. Así se les señalaba en público como lo que eran: pecadores que habían perdido la condición de personas decentes como el resto y por ello debían sufrir y penar en público y también en privado. En ocasiones sus apéndices de la vergüenza se 'decoraban' con escenas que remitían al delito cometido, o bien al castigo necesario para volver a ser aceptados por la comunidad, un detalle que los genios del arte español como Francisco de Goya plasmaron en sus obras, como vemos a continuación.
Cuando las prácticas de la Inquisición se relajaron alguien con autoridad en los conventos de Sevilla decidió hacia el siglo XVII adoptar el capirote para sus demostraciones públicas de fe, admitiendo la condición de pecadores de todos los católicos en días en los que los creyentes se siente especialmente expuestos ante los ojos del Todopoderoso. De un modo u otro la cuestión de vestir el capirote en Semana Santa se extendió por todas las tierras españolas, llegando también a su tiempo a Mallorca y el conjunto de Baleares.
Los más entendidos ven incluso una simbología metafórica en esta pieza de vestimenta tradicional de Semana Santa, que aproxima al penitente al cielo mientras la tela le cubre para que sus conciudadanos no le reconozcan. Asimismo los colores distintivos más comunes se asocian a la pasión de Cristo en el caso del rojo, y en ellos abundan tanto el negro del luto riguroso como el blanco ascético.
Es evidente que la Semana Santa se vive de un modo más intenso en España que en otros países de nuestro entorno, y a estas alturas empieza a ser más complicado encontrar a ciudadanos estadounidenses en shock ante un desfile de nazarenos, por sus parecidos más que razonables con los supremacistas blancos del Ku Klux Klan. Por hache o por be este grupúsculo se apropió de túnica, capirote y capuz para lucir su racismo por las calles de la América profunda, pero nada tienen que ver con nuestras apreciadas caperutxes.
Además, en Mallorca tenemos una expresión propia y viva de la Semana Santa que aun perdura hoy en día en la gastronomía. En las procesiones de Semana Santa los penitentes y caperutxes reparten entre los asistentes los tradicionales confits, que sabiamente caracteriza en estas líneas la experta en la materia en Ultima Hora, Amalia Estabén:
Los más pequeños son los principales destinatarios de los típicos confites de caperutxa, que reparten los penitentes en el transcurso de los desfiles penitenciales de la Semana Santa. Su forma característica blanca con pequeñas protuberancias delatan que su confección es a base de azúcar que esconde dentro una almendra. El escritor gastronómico Antoni Contreras explica en su obra Capítols dolços de cuina mallorquina, que «la costumbre de consumir confites en las Islas comienza en tiempos relativamente antiguos».
«Uno de los primeros tratados de arte culinario de la Corona de Aragón es un manual de confitería. Se trata del Llibre de totes maneres de confits». En cuanto al consumo, Contreras comenta que «la costumbre de comerlos, además de estar presentes en los banquetes reales, elaborados por el farmacéutico de cámara, se fue ampliando a otros ámbitos de la sociedad. Dicha costumbre se mantuvo a lo largo del tiempo y la Cuaresma siguió siendo un tiempo proclive al consumo de confites y similares.
Asimismo, además de los confits, no podemos concebir la expresión balear de la Semana Santa sin la rica repostería de esta época. Robiols, panades y crespells ponen su toque de sabor a unas fechas donde la tradición manda, una tradición con orígenes un tanto siniestros al menos en lo que respecta al capirote y la historia que le precede.