El martes anunciamos que a lo largo de unos días íbamos a contar historias de ucranianos huidos de su país con lo puesto a causa de la guerra de Putin, que ahora tratan de rehacer su vida en la Isla, o ver cómo podrían regresar a su país. Son historias tiernas y muy humanas. Historias que a sus protagonistas no les gustaría estar viviendo, pero que aceptan y tratan de asimilar. Historias de adultos y de niños. Historias que se presentan de repente, que hacen que también todo cambie de repente. Historias que surgen a través de otra historia ya vivida apenas hace poco. Historias de viajes imprevistos, algunos de ellos bajo un diluvio de bombas. Historias como la de una mujer que decidió venirse a vivir a Mallorca y no a otro lugar. Historias que cuentan que él vivía en Mallorca, solo, con sus cuadros y su galería de arte, y que ahora vive con cinco refugiados en casa, a los que por amor a una mujer los fue a buscar… Y, sobre todo, historias de supervivencia, en las que la fuerza de voluntad y el mirar hacia adelante con el fin de volver al punto de salida, podrían ser su denominador común. Historias que conforman la historia surgida a raíz de la locura de Putin, que muchos creían que era un mal sueño, pero que no… Porque es real. Pero… ¡Quién se lo iba a decir!
Nadie pensaba en una invasión
Igoz y Olga son ucranianos, de Brovazui, una pequeña localidad situada a diez kilómetros de Kiev. Él trabajaba en márketing digital y ella en el casino de la capital, como administrativa. Vivían felices, sin problemas, y encima tenían ante sí un futuro brillante. Porque en los últimos tiempos, sí, se hablaba de que a Putin no le gustaba que Ucrania fuera amigo de la OTAN y de la Comunidad Europea. Se hablaba también de que si el líder ruso había ordenado unas maniobras en zonas fronterizas, que sí… Pero nadie pensaba en algo más allá. En una invasión, vamos…
Por eso aquel día de febrero, Igoz aceptó viajar a Budapest… Más que de placer, era un viaje de negocios con tiempo para hacer un poco de turismo, y más en una ciudad tan bella como es la capital de Hungría. Así que con Olga viajaron a Budapest, teniendo la vuelta a Kiev prevista para el día 23 de febrero. Pero ese día, cosa que nadie imaginaba, Rusia movió ficha… Los aeropuertos de Ucrania se cerraron. Es más, las primeras bombas rusas cayeron en los principales aeropuertos ucranianos. Y por tierra, tampoco era aconsejable regresar… Era, por tanto, imposible la vuelta. Y a medida que avanzaban las horas, peor. ¿Qué hacemos?, se preguntaron Igoz y Olga. Porque para empeorar las cosas, al día siguiente, Putin declaró la guerra y, a las claras, ordenó la invasión de Ucrania, esfumándose cualquier posibilidad de, ni por aire, ni por tierra, volver a casa. Entonces, Igoz recordó que en Mallorca tenía un amigo, al que llamó y este les dijo que vinieran.
En Mallorca por un amigo
De Budapest, la pareja voló a la Isla, habiendo hecho una breve escala en Polonia, y ahora están tratando de arreglar papeles para conseguir una tarjeta especial que durante un año les permita estar aquí. Mientras tanto, aprenderán el idioma y mirarán de qué modo, a través de amigos ucranianos, pueden encontrar trabajo. Y dentro de un año, si Putin ha puesto punto final a su locura, regresar a Kiev… O quedarse aquí. Pues tiene muy claro que de ahora en adelante pueden cambiar mucho las cosas en el mundo. Que desde luego, nada será como fue. De cualquier modo, a Olga y a Igoz les deseamos mucha suerte.
Tania es ucraniana
Tania vive en Mallorca desde hace 23 años. Tiene dos hijos casados que han quedado atrapados con sus familias en Rivne, ciudad situada a unos 400 kilómetros de Kiev. «Cuando me separé, al ver que mi exmarido había rehecho su vida, me vine a Mallorca, en busca de trabajo, gracias al cual, no solo he vivido yo, sino que he podido mandar dinero para que mis dos hijos estudiaran las carreras que habían elegido. Ahora, entre la COVID-19 y la crisis me encuentro sin trabajo, aunque espero que si las cosas se arreglan, y los hoteles abren en verano con la llegada de turistas, las posibilidades de encontrarlo serán más de las que hay ahora».
La zozobra
Mientras tanto, desde el pasado 24 de febrero, Tania está que no vive pensando en los suyos, que siguen allí, atrapados, con los que se comunica a diario, a través del móvil, para saber cómo se encuentran o si necesitan algo. «A base de hablar con ellos cada día, no solo a menudo escucho las sirenas que advierten de algo, nada bueno desde luego, sino que, además, ya distingo lo que significan cada uno de sus sonidos» Y en ese sentido añade que «son tres tipos de sonidos. Si son flojos y cortos, significa que hay que prepararse, que hay que estar pendientes, porque puede ocurrir algo. Nada bueno, por supuesto. Si el sonido es más largo, es porque los aviones rusos se están aproximando o están cerca. Y si el sonido es fuerte y prolongado, es porque los aviones están muy cerca, por lo que hay que ir a los refugios. Y cuando esto sucede, sonido fuerte y prolongado, ellos se despiden rápidamente y cortan la comunicación... Que es cuando para mí empieza la zozobra, que puede ser larga… ¿Qué pasará esta vez…? Me pregunto angustiada. ¿Bombardearán… o pasarán los aviones de largo? Y si la comunicación, a causa de sonidos de sirenas fuertes y largos, se interrumpe, por ejemplo, a las nueve de la noche, no me voy a dormir hasta que ellos me vuelvan a llamar… Unas veces tardan más que otras. Otras lo hacen enseguida… Pero son minutos, ¡horas!, llenas de incertidumbre, pues no sabes lo que está pasando… Solo sabes que los aviones están encima de ellos. Y eso ocurre a menudo». Es un sinvivir al que Tania, más mal que bien, se está acostumbrando. Porque, ¡qué remedio!