Pablo Herrán de Viu es un mallorquín que desde muy joven optó por vivir su libertad lejos de la protección familiar, aunque siempre con su beneplácito y cariño. Cuando le conocí, con tan solo 22 años, era un muchacho espabilado y atrevido que creó el festival de cine de Nueva York para realizadores inmigrantes y que vivía soñando con la dirección cinematográfica. De vuelta a España volví a reencontrarlo, esta vez en Madrid, con la necesidad imperiosa de escribir y con una novela bajo el brazo que deseaba publicar. Lo consiguió y fue un éxito. Hoy nos presenta su segunda novela, que ha sido recibida por la crítica especializada con grandes elogios.
¿Quién es Pablo Herrán de Viu?
–Soy alguien que siempre ha querido contar historias y que la vida le ha ido marcando el camino para llegar a hacerlo. Al principio mi objetivo era escribir y dirigir películas, así que orienté mi formación hacia ese fin. Estudié Comunicación Audiovisual en Barcelona e hice un máster en Realización de Cine en Nueva York. No obstante, la narrativa literaria siempre estuvo ahí y poco a poco fue ganando terreno. Después de estar escribiendo relatos breves en diferentes cursos de escritura creativa durante seis años, me atreví con mi primera novela, que se publicó a finales de 2017. Ahora, tres años después, estoy feliz de poder presentar la segunda: Mientras pudimos.
Mientras pudimos tiene como protagonista a una dramaturga neoyorquina de ochenta y tres años. ¿Nos puedes explicar quién es Eve Friedman?
–Viví ocho años en Nueva York y Eve Friedman fue la experiencia más bonita que me ofreció la ciudad. Nos cruzamos un día cualquiera por Broadway Avenue y, hablando de esto y aquello, descubrimos que teníamos algo en común: a los dos nos apasionaba escribir ficción. De ahí surgió una amistad muy especial que duró cinco años, cada año más intenso que el anterior. Eve era alguien muy... original, además de una dramaturga de categoría con obras que se han representado sobre los escenarios del mundo entero. Por todo eso me quedé deslumbrado desde el principio, especialmente por sus cualidades como persona. A pesar de ser una anciana a la que le fallaban las piernas y la memoria, tenía la vitalidad de una joven y seguía viviendo a través del teatro, del cine y de la literatura. Me presentó un concepto de la soledad mucho más amable del que yo conocía hasta entonces. Ella había escogido vivir a solas por voluntad propia y estaba orgullosa de su decisión ya que, gracias a ello, había podido invertir todo su tiempo en hacer lo que realmente le gustaba: escribir teatro. Consideraba a la soledad como una compañera de vida, a pesar de que durante la última época se fue transformando en todo lo contrario: su peor enemiga. En realidad Mientras pudimos es eso, una reflexión sobre las caras ocultas que tiene la soledad.
No es frecuente encontrar libros protagonizados por octogenarios...
–Yo tenía claro que era una historia que necesitaba escribir, pero al mismo tiempo no dejaba de preguntarme qué tipo de lector estaría interesado en leer un libro que trata sobre la vejez. Está siendo una grata sorpresa ver que está conectando con todos los públicos, desde los más jóvenes hasta los que tienen la misma edad de la protagonista.
¿Cómo consiguió que se la publicaran en un momento tan difícil como este?
–El camino hasta la publicación no fue nada fácil por este mismo motivo, la mayoría de las editoriales no se atreven a apostar por historias protagonizadas por ancianos porque, sencillamente, piensan que no venden. Durante el proceso, comprendí a los actores de edad avanzada cuando denuncian que no consiguen trabajo porque nadie escribe papeles relevantes para ellos. Por desgracia, es algo que no solo ocurre en el cine y en la televisión, sino en todas las ficciones, incluida la literatura.
¿Se rechaza la vejez ahora más que nunca?
–Las personas tratamos de darle la espalda al tramo final de la vida, no queremos saber nada al respecto, como si de este modo creyésemos que la vejez nunca nos alcanzará. Es algo triste que demuestra lo vulnerables que somos ante la muerte. La vejez no debería ser sinónimo de decrepitud, sino de sabiduría, libertad y experiencia. Cuanto más sepamos sobre el tema, más preparados estaremos para afrontarlo sin miedos.
La novela llegó a las librerías hace un par de meses y está teniendo una acogida excelente...
–Mientras pudimos se publicó hace un par de meses y ya han aparecido en redes sociales algunas reseñas remarcables y eso me hace feliz porque, desgraciadamente, el recorrido de una novela publicada por una editorial independiente tiende a ser limitado.
¿El reconocimiento alcanzado con su primera novela, Manuel Bergman, le ha dado más confianza a la hora de escribir Mientras pudimos o, por el contrario, se ha sentido presionado ante las expectativas?
–Siempre me siento presionado a la hora de escribir, pero no por haber tenido cierto reconocimiento anteriormente, sino porque considero que es un oficio difícil y que hay que tomárselo con mucha seriedad y prudencia. Además, con la escritura pasa algo que creo que no ocurre en otros oficios… Un arquitecto, por ejemplo, se va haciendo mejor arquitecto a medida que lleva a cabo más y más proyectos. No obstante, para un escritor cada proyecto es un reto nuevo y siente como si fuera el primero que encara en su vida. Haber escrito libros antes no garantiza que la tarea vaya a ser más fácil. Incluso diría que ocurre todo lo contrario porque el nivel de exigencia que uno tiene consigo mismo no deja de ir en aumento.
Su escritura guarda relación con sus experiencias vitales. ¿Cree que es preferible escribir sobre lo que uno ha vivido en carne propia?
–Lo más importante en la literatura es transmitir verdad, sea una historia inventada de inicio a fin o, por el contrario, una basada en hechos reales. Hasta ahora me he inspirado en experiencias personales porque creo que es un buen punto de partida para la trayectoria de cualquier escritor.
¿Cómo se ve dentro de doce años?
–Me veo centrado en la literatura, tanto en la escritura como en el ámbito de la enseñanza, que es un campo en el que estoy empezando a formarme. También me gustaría verme más tranquilo a la hora de escribir, que no me salgan sarpullidos por la ansiedad cuando me enfrento a la página en blanco, aunque sospecho que eso es irremediable…