José Antonio Aires Borja es sevillano y desde el 13 de febrero de 2017 vive en Mallorca. Pasó gran parte de su infancia y adolescencia en cuarteles porque su padre era militar; lleva la milicia en la sangre. «En realidad, yo nací en un cuartel», afirma.
Primero fue legionario en el tercio Alejandro Farnesio de la Legión (batallón Millán Astray, X Bandera); luego paracaidista del Ejército y, después de esto, y durante cinco años, mercenario en África (Angola, Mozambique y Zimbawe). Posteriormente se enroló en la Legión francesa. Estuvo destinado en Centroáfrica, Uganda e Irak donde fue herido en combate. Estuvo dos años en coma.
Hablamos con él bajo los carteles de viejas corridas de toros del Coliseo Balear y que cuelgan en las paredes del bar Sa Premsa. Es alto, fuerte, de respuestas no muy largas, seguro de lo que dice, con una memoria muy buena.
¿Cómo se hizo mercenario?
Tras terminar el contrato con la Legión Española, en 1985, y al no encontrar un trabajo que me permitiera vivir, viajé por África, y allí, a través de terceras personas, me enrolé como mercenario para colocar minas anticarro y personales en Angola. Esas terceras personas estaban vinculadas a una compañía norteamericana. Durante unos días estuvimos alojados en el hotel Meridiene, de Luanda. Luego, en un helicóptero, me trasladaron a mí y a otros candidatos a una plataforma petrolífera en algún lugar del Atlántico. Allí vivimos durante dos semanas, hasta que llegó otro helicóptero del que descendió un tipo, que nos preguntó si estábamos seguros de nuestra decisión. Al contestarle que sí, nos hizo firmar unos contratos y nos dio el pasaporte norteamericano y un número de cuenta corriente, porque íbamos a cobrar por nuestro trabajo en Estados Unidos.
¿Cuánto les pagarían?
Bastante. Al cambio, unos siete millones de pesetas cada seis meses. Era mucho, para cómo estaban los sueldos en los años 80.
¿Qué hacían?
Estar al servicio de UNITA (Unión Nacional para la Independencia Total de Angola), un grupo armado contrario al Gobierno de Angola. Regresamos de la plataforma a Angola en helicóptero. Vivíamos en la selva y si teníamos que desplazarnos a la capital, vestíamos de paisano y de forma. En el caso de que la policía pidiera que nos identificáramos, mostrábamos el pasaporte y les decíamos que trabajábamos para una compañía norteamericana.
¿Dónde vivían?
En la selva, sin casa, allí donde nos pillara. Dormíamos en tiendas de campaña que llevábamos con nosotros. Lavábamos la ropa en el río, extendiéndola luego al sol y esperando a que se secara para ponérnosla de nuevo.
¿Vestían de uniforme?
Sí, con botas, casco y un arma –explica con sorprendente sangre fría–. Utilizábamos el cuerno de chivo o AK 47 (el fusil de asalto ruso Avtomat Kalashnikova) para defendernos. A mí, y sobre todo en un lugar de Luanda llamado La Ilha, me han disparado muchas veces. Y a matar.
¿En qué consistía su trabajo como legionario?
Nos asignaban campos en concreto para minar. Mientras unos kasakos bien armados vigilaban para que trabajáramos tranquilos, nosotros poníamos la minas, contra los tanques o contra las personas. Cada equipo lo formábamos dos: el que ponía las minas y el que iba cargado con ellas, al que llamábamos burra. Yo las cargaba de modo que fueran lo más efectivas posible.
¿Era consciente de lo que hacía?
Sí, claro, era mi trabajo, no me remuerde la conciencia. Era por lo que estaba allí. Era un trabajo por el que alguien sacaba un beneficio, tal vez una importante multinacional. ¡Que sé yo! No daba la cara, pero pagaba por ello. Resulta curioso recordar que años después me crucé con Lady Di. En el año 1997 fue a Angola para denunciar el uso de las minas antipersonas. Nosotros estábamos allí desminando los campos que con anterioridad habíamos minado. Ella no entendía nuestro trabajo. Es más, nos metió una gran bronca por ello; no daba crédito a todo aquello. Nosotros le dijimos que preguntara a quienes nos pagaban por realizar ese trabajo.
¿Volvería a enrolarse como mercenario o como legionario?
Si tuviera que hacerlo de nuevo, sí, lo haría. No dude de que nosotros también salvamos a mucha gente, en ocasiones incluso poblados enteros. Era gente que iba a morir en mitad de aquella barbarie.