Ya no podemos decir que somos los mismos. Las oficinas y los pequeños negocios han cambiado. Pedir un chato hoy en un bar de Lavapiés o que te trasquilen las melenas en Chueca parecen experiencias totalmente distintas en comparación a hace –apenas- una década atrás. Hoy, los nuevos comercios son mucho más permeables al diseño. Se pintan y se adornan en busca de ofrecer un estilo de vida y una postura ante la misma. El cliente parece responder con naturalidad a esta forma de hacer. Muchos consumen o consumimos porque queremos ser, pertenecer a algún grupo, es casi espiritual. Ropa retro, decoración boho chic… pero el discurso es el mismo en todas partes: sirves experiencia a tus clientes, no sólo productos. Los tiempos de rótulos de bares concisos han pasado. Ahora hay que invitar, sugerir y mantener la línea de principio a fin.
Pero estos cambios no son sólo de cara al cliente. Es más que chapa y pintura. Fíjate bien. El papel se acaba, han entrado las tablets para gestionar los pedidos de un bar. Pagas sin sacar la cartera, con el móvil te basta en cada vez más sitios. El otro día invité a una nueva compañera de trabajo a una cerveza y quiso hacerme una micro transferencia desde su móvil. La caballerosidad se acaba con un SMS de confirmación.
Es decir, que somos más bonitos, pero también somos más tecnológicos. Con un mando a distancia antes subías o bajas el volumen de la televisión. Hoy puedes bajarle la luz a la pareja del rincón que busca la intimidad de una conversación. A mí me han llegado a pedir que valorase una exposición artística a través de pulsar una cara sonriente en una pantalla –o una enojada-.
Con el móvil en el centro del universo, los dueños de negocios le piden cada vez más funcionalidades a este cacharro. Por ejemplo, ahora quieren tener constancia de que todas las cámaras de seguridad están operativas. Quieren manejar las zonas de seguridad y dar permisos específicos a cada trabajador. Si en las oficinas reñimos por el aire acondicionado, no me quiero ni imaginar lo que debe importar el tema de la seguridad en un negocio. Y quien provee lo sabe.
Las empresas que colocan alarmas para negocios profesionalizadas han contribuido también a que las empresas eleven la seguridad a través de la tecnología. No hay mejor palabra para definirlo. El dueño del negocio tiene un control sobre lo que sucede en su local que no se había visto hasta la fecha. Puede revisar en cualquier momento y en cualquier lugar, en vivo. Puede revisar el histórico de eventos. Por ejemplo, quién apagó a qué hora las cámaras del negocio.
También la seguridad es una sensación y un estilo de vida, al fin y al cabo. El mismo día de la cerveza un comercial de garra se sentó a mi lado ante la barra del bar y me contó todo esto. ¿Triple seguridad? Les dices que tu alarma les protege frente a sabotajes, que alguien con un inhibidor no tiene nada que hacer contra ella, que incluso cuando los más avezados en el arte del allanamiento fastidian algo, se enteran en la Central y actúan… y el comercial se encogía de hombros en este punto. Y no les basta, prosiguió.
Lo que quieren es la experiencia concreta de la seguridad. Elevarse al mito del hombre que todo lo ve, que todo lo controla, en todo momento, sin demasiadas dificultades.
¿Y lo lográis? Le pregunté.
Dio un sorbo al café, lo dejó con cuidado sobre la barra, me miró a los ojos y me sonrió. Había sido un buen día.