Las bodegas de Mallorca afrontan con incertidumbre una temporada marcada por el cierre de la planta hotelera y de la restauración debido a la crisis sanitaria generada por la COVID-19. Ante una situación desconocida a la que nunca antes se habían enfrentado ni las más antiguas, la preocupación crece especialmente entre aquellas cuyo espacio puede resultar insuficiente si cuando llegue la próxima vendimia, a finales de verano, sus instalaciones siguen llenas del vino que no se haya podido vender.
«Se acerca otra vendimia y las bodegas están llenas de vino, algunos con fecha de caducidad, como los rosados y otros tipos de blanco; una posibilidad que se baraja es reducir la elaboración de vinos este año limitando la producción de las viñas», explica el presidente de la DO Pla i Llevant, Antoni Bennàssar. Una de las salidas que se plantean es incentivar más que otros años la elaboración de vinos tintos, que permiten una mayor crianza.
Esta opción no es válida para todas las bodegas, depende del espacio disponible para almacenar vino y de las posibilidades de distribución alternativas a la restauración. Para el director de Macià Batle y presidente de la Associació de Cellers de Santa Maria, Ramon Servalls, «cada una deberá tomar sus propias medidas; la viña sigue su curso, y no se puede predecir qué pasará hasta la hora de la vendimia, puede haber un excedente de uva o lo contrario, una plaga o la climatología que la merme, hay que esperar». Quienes probablemente tendrán mayores dificultades para vender su cosecha son los agricultores que cultivan uva para las bodegas, puesto que éstas priorizarán la de sus propios viñedos.
Un año difícil
En lo que sí coinciden las bodegas consultadas es en que será un año complicado. «Padecemos una doble crisis, el cierre de la restauración y el turismo se suma a cierto excedente de vino que ya hay en años normales tras la incorporación de muchas bodegas de capital extranjero», apunta el bodeguero Sebastià Pastor.
Otro factor de consenso entre los consultados es el papel clave que supone en este momento el consumidor local, que representa entre el 20 y 25 por ciento de las ventas en los mejores casos, y solo un 15 % global de todo el vino que se consume en la Isla. «Estamos acostumbrados a años de falta de producción por heladas o granizo, pero ahora lo que hay es falta de consumo; apoyaremos a los restaurantes y clientes en cuanto abran y confiamos en que el consumidor apoye el producto local», explica Oscar Roses, de la bodega José L. Ferrer. Las DO Binissalem y Pla i Llevant, y Vi de la Terra han incentivado el servicio a domicilio y las campañas enfocadas al público local, con unas ventas que crecen moderadamente tras la fuerte caída de marzo.