Las mejoras urbanísticas no siempre resultan ser exitosas en la práctica, este es el caso del paso elevado en Son Cladera. El barrio se encuentra rodeado por la Autovía de Inca, las vías del tren y la Vía de Cintura, unas barreras arquitectónicas que solo se pueden evitar a través de la pasarela de Serveis Ferroviaris de Mallorca. «El paso elevado para cruzar a la zona de Aragón tiene unas escaleras kilométricas y los ascensores no dan fiabilidad, cada semana hay uno roto, están sucios, con graffitis, los vandalizan…», explica Esther Sosa, la presidenta de la Associació de Veïns Son Cladera. «En este barrio vive mucha gente mayor y no tenemos manera de llegar hasta la calle Aragón», matiza.
«Si eres una persona mayor, una madre con un niño o vas con la compra, es imposible utilizar las escaleras», enfatiza una asociada. Sosa, la presidenta, propone un paso subterráneo, como el que hay en la barriada Verge de Lluc. De hecho, como asociación presentaron su propuesta en el Pleno del Ayuntamiento. Un estudio del terreno salió positivo, dando la posibilidad de modificar la infraestructura. Sin embargo, el cambio de legislatura ha tirado por tierra sus avances. «El Ayuntamiento y el Servicio Ferroviario se pasan la pelota y el mantenimientos no se lleva a cabo», denuncian desde la agrupación vecinal.
Además, declaran que las condiciones en las que se encuentran los ascensores parecen estar abandonados. «No hay cámaras ni seguridad», comenta preocupada una vecina de la agrupación. «Si quisiera ir fuera de Palma en tren, tendría que regresar a la Estación Intermodal y de ahí al pueblo al que quiero ir, porque soy incapaz de subir las escaleras», cuenta una afectada. Lo mismo sucede para ir al supermercado o al parque, tienen que desplazarse a uno más lejano en autobús. «Vivimos aislados, estamos forzados a utilizar los puentes», se lamenta.
La seguridad también es un tema candente dentro de la asociación vecinal. Señalan que no consiguen comunicarse efectivamente con la policía, pese a sus buenas intenciones, sienten que no hay suficientes agentes en el barrio. «En muchas ocasiones, se podrían evitar las peleas callejeras si estuvieran en la calle», cuenta una vecina. Sosa matiza que la situación se da especialmente en las terrazas de la Calle de Cala Magrana, donde se juntas multitudes que tras los efectos del alcohol ocasionan peleas y ruido. Aunque, añade que es peor aún en los bancos de los parques, donde muchos hacen botellón hasta altas horas de la mañana. «En este barrio, la gente vive en la calle», explica.
Por otro lado, los vecinos de Son Cladera se quejan de que la limpieza de parques y jardines no es efectiva. En una barriada con muchos hogares con perros, los habitantes tienen que lidiar con sus deshechos en las calles. «Hemos pedido a Emaya que ponga carteles de concienciación, de hecho, les enviamos varias propuestas, pero no se ha llevado a cabo la acción», explica Esther Sosa. Como solución, los vecinos proponen la creación de un pipican en la zona. Ya que, el camino que une Son Cladera y Sa Cabana se ha convertido en un campo de minas. El vial destinado a ciclistas y peatones está lleno de bolsas con los excrementos de los perros. Situación que se ve agravada por la falta de papeleras en el recorrido. Los vecinos señalan que esta circunstancia solo es visible en la parte del camino que corresponde a Palma. Esta tesitura de abandono también se refleja en los árboles, que se encuentran sin podar y obstaculizan la calzada.
Las personas mayores del distrito viven en una lucha constante. Entre el anuncio del cese del contrato de su local de reuniones, situado en la calle del Canonge Antoni Sancho, el próximo septiembre de 2025 y el cierre de las oficinas bancarias de Sa Nostra y La Caixa, su vida no deja de complicarse. Ahora, cada vez que quieren hacer alguna operación bancaria deben desplazarse hasta Es Pont d’Inca o Sa Idioteria en autobús. «Ni siquiera tenemos un cajero, tenemos que ir nosotros, con los problemas de movilidad que hay», explica la presidenta. Los jubilados de Son Cladera solicitan un cajero en el barrio.
Los jóvenes del barrio tampoco tienen donde reunirse. La organización vecinal explica que hace muchos años había un club d’esplai en la parroquia, pero desde que el párroco le puso fin, no ha habido continuación. Dado que no hay monitores ni un espacio para reunirse, el barrio se ha quedado sin actividades para los más pequeños. «No hay nada para los jóvenes, y seguros sociales no se hace cargo de este asunto», señala la presidenta. Sosa reitera que el local de la Iglesia cuenta con el espacio suficiente para retomar el club d’esplai. «Un centro así ayuda a las familias a encaminar a los niños desde una edad temprana», afirman desde el colectivo vecinal.