Es posible que después leer el titular de este reportaje no sepa muy bien de qué trata el texto. Le invito entonces a que repare en las fotografías que lo ilustran y puede que así empiece a hacerse una idea de qué estamos hablando. Bancos seccionados por reposabrazos para evitar que los usuarios se tumben, paradas de autobús con asientos individuales tan separados que hacen imposible estar en ellos si no es sentado o pinchos y anillas de metal que evitan acomodarse en el saliente de un comercio. Estos son algunos ejemplos de arquitectura hostil, es decir, aquellos elementos de la ciudad diseñados de manera premeditada para no hacer un uso incívico de ellos.
El doctor en Antropología Social José Mansilla (Sevilla, 1974) propone el término «mobiliario urbano anti-persona» que, según él, «determina ciertos tipos de comportamiento o evita que se produzcan por parte de aquellos que hacen un uso que no está estipulado, como la gente que duerme en la calle, los niños, pero también de los músicos callejeros, los que piden, el que pone la manta para vender o los jóvenes que hacen botellón, entre otros». Mansilla, profesor de la Universitat Autònoma de Barcelona, defiende que «es evidente que el urbanismo es una disciplina ideológica. Hay partidos políticos que consideran que las plazas o las calles son espacios no tanto de libre concurrencia sino de consumo y harán lo posible para que estén vinculadas al consumo y la circulación, mientras que otros creen que el espacio tiene que ser para actividades desmercantilizadas o a la simple sociabilidad. El urbanismo hostil es una herramienta para poner la ciudad a favor de la economía global. Su ausencia o uno más amable va en sentido contrario».
Caso práctico
Con más de 40 años de experiencia en el sector público y privado, el arquitecto Pere Serra Amengual (Barcelona, 1949) fue el primer director de la conversión del distrito de Ciutat Vella en el que se remodelaron, entre otros, los barrios de el Raval, el Barri Gòtic y la Barceloneta entre 1986 y 1992, a las puertas de los Juegos Olímpicos. Serra define como «apasionante» un proyecto del que cuenta una experiencia de gestión reveladora sobre el tema que nos ocupa. «Hicimos un edificio en el Raval que tenía unos porches magníficos de unos cinco metros en la planta baja. Este espacio se convirtió en una localización de homeless. ¿Cual fue el resultado? La desertización comercial de este lado de la calle cuando lo que pretendíamos era crear actividad económica y rebajar el nivel de marginalidad del barrio. ¿Qué hicimos a continuación? En vez de colocar pinchos, eliminamos los porches y adelantamos locales hasta la fachada. No tuvimos más remedio», zanja el arquitecto.
Le preguntamos a Serra por su opinión acerca de la arquitectura hostil, a lo que él responde: «¿Hostil para quién? Para mí existen dos tipos de hostilidad: la que es hacia colectivos vulnerables me preocupa. La que es hacia colectivos marginales, relativamente, aunque es verdad que la línea que separa los dos muchas veces es difusa. Defiendo el papel de la arquitectura a la hora de luchar contra las actitudes vandálicas pero estoy en contra de que los colectivos vulnerables vean dificultada y perseguida la utilización del espacio público».
El alcalde
Como arquitecto de profesión, el perfil del alcalde Jaime Martínez (Palma, 1971) es idóneo al aunar conocimientos técnicos y de gestión. Le mostramos algunas de las fotos que aparecen en este reportaje para que nos dé su opinión de ellas. Martínez responde que «este tipo de diseños no están adaptados al siglo XXI. Estos elementos no tienen en cuenta la situación de hoy». Le explicamos que hay estudiosos de este fenómeno que lo definen como ‘arquitectura antipersona'. Martínez contesta: «Totalmente». El alcalde defiende que «los elementos que forman los recorridos tienen que invitar a vivir la ciudad y ser útiles para la persona, no solo a nivel estético. Seguramente, un padre o madre con sus hijos prefieran un banco sin separaciones en medio. Tenemos que pensar en elementos inclusivos, que no te expulsen».
El político mantiene que «no tiene sentido que el diseño sea más importante que su función. Las esculturas están para ser observadas y los elementos urbanos para ser utilizados. Hay que buscar un equilibrio; tiene que ser amable a la vista pero funcional. Sobre el mal uso de las cosas existe una parte importante en la que trabajamos que son las ordenanzas cívicas. Cualquier espacio público, elemento o servicio tiene un forma correcta de uso que las ordenanzas fijan cómo emplear». El arquitecto termina la conversación afirmando que «es el momento de ser creativos». Y es que la creatividad es el motor del progreso y de los avances urbanísticos o sociales para hacer una ciudad menos ¿hostil?
El apunte
La Plaça d’en Coll como ejemplo de espacio ‘hostil’ para la ciudadano
De un viaje a Palma, José Mansilla recuerda el caso de la Plaça d’en Coll como ejemplo paradigmático de espacio arrebatado a la ciudadanía para un uso comercial. «La Plaça d’en Coll está totalmente poblada por terrazas. En el centro hay una fuente. Fui hace unos años y era imposible caminar en ese lugar. Solo podías mirar el cielo o leer un libro. Nadie va allí si no es a sentarse en una terraza», explica el antropólogo.