Enric González (Barcelona, 1959) quería ser veterinario, pero su padre, que había llegado al oficio de periodista a una edad tardía, le dijo: «¿Por qué no haces de periodista?». González le hizo caso y trabajó como corresponsal de El País en Nueva York, Roma, Londres o Buenos Aires y recopiló sus vivencias en varios libros. El pasado miércoles participó en el ciclo ‘Líderes de opinión’, en la Fundación Juan March de Palma, donde dialogó con el periodista Andreu Manresa.
En su libro ‘Memorias líquidas’ lo introducen como periodista «casi por imposición».
— No fue una imposición, mi padre me ofreció un trato. Me dijo que probara lo del periodismo y si no me convencía me pagaba la carrera de veterinaria. Probé de becario en La hoja del lunes, cobrando una cantidad simbólica, y antes de que acabara el curso me ofrecieron un trabajo de verdad en El correo catalán. Y pensé: ‘Joder, por qué enredarme si esto es entretenido y no es muy difícil. Siempre habrá tiempo de dejarlo’. Nunca he estado muy convencido de lo que hacía, pero era entretenido y parecía que no se me daba mal.
Es un periodista nómada, pero no le gusta estar mucho tiempo en los sitios. ¿Por qué?
— Me habría quedado en Londres, en Nueva York, en Roma... pero El País tenía la norma de hacer contratos de cinco años porque decía que si estás más tiempo te vuelves como un nativo y pierdes el punto de vista extranjero. Como no quería volver a España preguntaba qué había disponible.
¿Por qué no quería volver?
— Creo que todo empezó cuando murió mi hija en el 89. Me enviaron a los países del Este y estuve allí meses. Luego empalmé con la guerra del Golfo y supongo que empecé a escaparme.
El periodista Santiago Segurola escribe que usted entraba en la redacción «con absoluta confianza».
— [Risas]. ¿Cómo vas a entrar si no? Entras en la oficina. Como siempre he pensado que en poco tiempo lo dejaría y buscaría un trabajo serio nunca he tenido mucha tensión. Sí he tenido el síndrome del impostor, de que cualquier día se darán cuenta de que soy un inútil y que esto lo hago, básicamente, por diversión y por dinero y me echarán. La verdad es que el ambiente de la prensa no me intimida nada.
Hágame un diagnóstico de la salud del periodismo español.
— Está entre bien y muy bien. Lo que está mal es la industria periodística, es decir, se hace un muy buen producto que no se vende. Lo que ha hecho mal la industria y los periodistas es decantarnos casi completamente por la inmediatez y no mantener el periodismo caro, porque el tiempo cuesta dinero.
¿Alguna vez ha pensado en dedicarse a otra cosa?
— Casi todos los días [ríe]. Algún día habrá que no. Lo que pasa es que son proyectos muy peregrinos, pero es que no sé hacer nada, con lo cual tengo que ser periodista.
Julio Camba decía que la columna es la medida de todas las cosas. ¿Qué es para usted?
— Una columna es un artefacto bastante peligroso, sobre todo para quien la consume. Creo que el exceso de columnismo en la prensa española ha hecho bastante daño.