Juan Arnau defiende que la mente no está dentro del cerebro, como sostiene la neurociencia dominante, sino que es el cerebro el que está dentro de la mente. El órgano más complejo y desconocido del ser humano actúa como una antena que filtra y sintoniza la conciencia, «la mente del mundo», como escribe en su libro más personal: La meditación soleada. Propuestas para una cultura mental (Galaxia Gutenberg). El astrofísico y uno de los especialistas en filosofía hindú y budista más reconocidos de España sintetiza en su última obra «todo lo mejor de la tradición oriental adaptada a nuestra época», apostando por una técnica meditativa que no requiere sentarse ni cerrar los ojos. Consiste en «dejarse atravesar por la presencia del mundo, sin memoria ni deseo», señala. Su texto cuestiona con dureza el endiosamiento actual sobre la ciencia, que califica de «mito», y explora las potencialidades de la experiencia psicodélica, que «desmiente la matematización de la realidad». El autor, que inició su camino filosófico en la Universidad de Benarés para continuar aprendiendo sánscrito en México y después dar clases en Estados Unidos, es profesor de Filosofía en la Complutense de Madrid y responde a las preguntas por correo electrónico.
¿Cuál es la diferencia entre mente, conciencia y cerebro?
La gran aportación de la India al pensamiento universal es la distinción entre mente y conciencia. La primera es ruidosa, mudable, complicada, y nos hace sufrir, al mismo tiempo que nos permite experimentar el mundo manifiesto. La segunda es serena, dichosa e inmutable. La conciencia hace posible la mente y puede existir sin ella. No a la inversa. La mente puede considerarse una emanación de la conciencia (que es su fundamento), y aislar la conciencia de la mente (que es el ego) es una estrategia liberadora, que descarga la presión mental y produce estados de dicha y serenidad. La idea dominante en la neurociencia de hoy es que el cerebro produce la mente, y que la conciencia es un epifenómeno del cerebro. Un hecho sin importancia que emerge de la actividad cerebral. El libro plantea otro modelo, otro paradigma, apoyándose en más de dos mil años de pensamiento budista e hinduista, en cierta tradición fenomenológica occidental (Berkeley, Leibniz, Bergson, James y Whitehead) y en cierta tradición de la filosofía de la ciencia (Feyerabend, Skolimowsky, Bohr, Latour). Según este otro modelo, la mente no está dentro del cerebro, sino que es el cerebro el que está dentro de la mente, este es solo su cristalización utilitaria. La conciencia no es un fenómeno cerebral sino el fundamento de toda la actividad mental, que incluye la experiencia (mental) de un objeto que llamamos cerebro. Mediante la percepción, el lenguaje, la memoria y la intención, que son los cuatro componentes básicos de la mente extendida.
Pero la mente es una entidad individual, cada uno tiene la suya…
Es individual y no lo es. La mente es un fenómeno abierto y, en muchos casos, compartido. Pensemos en el lenguaje. Todos lo compartimos, y no el mismo lenguaje. Cada idioma tiene su propia moral e idiosincrasia, relacionada con las formas de vida del territorio en el que se desarrolla. Respecto a la percepción, cada individuo vive inscrito en un haz de percepciones, relacionadas con el espacio y el tiempo (ambos fenómenos mentales), y lo mismo puede decirse de la memoria y la intención. Los deseos que tenemos se configuran mediante nuestras experiencias previas. Y esas experiencias no comienzan con el nacimiento. No importa cómo llamemos a esas experiencias previas, los biólogos recurren a la genética, los hindúes al karma. El caso es que venimos a este mundo con un ego ya muy configurado y que es razonable suponer que no ha salido de la nada.
La mente no está dentro del cerebro, sino que es el cerebro el que está dentro de la mente
«El cerebro no produce la conciencia, filtra la mente del mundo», escribes. Esta idea hinduista choca con la visión de la neurociencia dominante actual, que lo ve al revés, aunque es incapaz de explicar su origen. ¿Por qué aceptar tu propuesta ayudaría a avanzar en resolver el llamado Hard problem of consciousness?
Lo primero que habría que explicar, para que la gente lo entienda, es qué es eso del «problema «duro» (o difícil) de la conciencia. Se trata de explicar cómo y por qué tenemos sensaciones como el color o el sabor (lo que la filosofía llama qualia). Mi propuesta, que es muy antigua, no resuelve el problema, sino que considera que el problema está mal planteado. Desde el «empirismo radical» que se defiende aquí, lo que llamamos materia no es algo que exista ahí fuera (si existe o no ahí fuera no es asunto que nos concierna como empiristas), sino que es «una experiencia mental». Una experiencia táctil o visual, generalmente. La materia se nos aparece como un conjunto de cualidades y la mente es la que va a priorizar y establecer una jerarquía en esas cualidades, con objeto de desenvolvernos en el mundo, con objeto de sobrevivir, que es a lo que se dedica la mente, a hacer que el cuerpo humano sobreviva.
Bajo este paradigma, al morir, la porción de la mente humana regresaría a su fuente, de manera que la pregunta crees que no es si hay vida después de la muerte, sino qué sobrevive, se proyecta o refleja, tras el tránsito.
Vivimos en una mente extendida. La mente no es sólo nuestra, como no es sólo nuestro el lenguaje o la memoria (hay una memoria de la especie, hay una memoria de experiencias antes del nacimiento), el núcleo mental, que creemos nuestro, es de hecho colectivo. Yo no sé, por supuesto, qué sobrevive tras la muerte. Los budistas afirman que una parte de la mente, llamada cuerpo sutil, se proyecta sobre otro ser. Los hindúes que las mentes van y vienen, pero que la conciencia que les sirve de base permanece inmutable.
Un lector comentó lo siguiente sobre una entrevista al físico y neurocientífico Àlex Gómez- Martín: «No señor, la mente y la vida no son otra cosa que bioquímica. El resto son religiones y fes sin demostrar, palabrería barata». ¿Qué le responderías?
En primer lugar, le diría que se relajara y tratara de ser más educado (risas). Eso que este señor llama «bioquímica» es un híbrido naturaleza-cultura, como diría Latour, no algo que está ahí fuera. Un híbrido hecho de percepciones (mediante instrumentos de medida, elaborados según una teoría, que tiene su origen en la imaginación humana), de memoria (de la tradición de conocimiento que los ha erigido, en este caso la química y la biología), de intenciones (del investigador) y de lenguaje (de esas mismas tradiciones de conocimiento. Lo que este señor llama «bioquímica» es todo eso. Y todo eso es un fenómeno mental extendido, consensuado, acordado, trasmitido. No una cosa en sí que anda por ahí fuera como mecanismo del mundo. Estas cosas pasan por no haber leído a Kant.
De hecho, me fascinó esto que señalas en el libro: «La conciencia escapa a cualquier intento de objetivación. No es científica». ¿Debemos renunciar a estudiarla bajo ese paradigma aunque vaya en contra del espíritu científico?
La conciencia no puede ser objeto de conocimiento, precisamente porque es aquello que hace posible cualquier forma de conocimiento. Estudiarla bajo el paradigma materialista es absurdo (e ineficaz). La conciencia no se puede «conocer», pero se puede experimentar. Ese fue el gran descubrimiento de las upaniṣad. De hecho, todos la experimentamos constantemente, y lo haremos con más intensidad si somos capaces de apaciguar el ruido mental.
El mito de la ciencia está muy extendido, sobre todo entre periodistas y gente incapaz de resolver una ecuación de segundo grado
Algo que puede chocar a muchos lectores es la explicación que das acerca de que la ciencia es un mito. ¿Puedes desarrollarlo?
Je, je, esto merece un libro. En cierto sentido esa idea esta desarrollada en La fuga de dios. Las ciencias y otras narraciones (Galaxia Gutenberg). Trataré de explicarlo brevemente. La ciencia es un mito que se apoya en cuatro pilares. La ciencia es una (lo cual es falso, hay numerosas disciplinas científicas y cada una de ellas habla su propio lenguaje, intraducible a los demás, y crea sus propios híbridos naturaleza cultura). La ciencia es buena (falso también, la industria armamentística y la biotecnología de guerra prueban que la ciencia pude ser perversa). La ciencia es universal (falso también, no hay un único modelo científico, ni siquiera el tan cacareado «método científico» es un hecho real y comprobable, cada disciplina crea sus propios métodos, a veces extraordinariamente locos y creativos). Y finalmente, la ciencia es persuasiva, trata de convencernos de que ella constituye un acceso privilegiado a la realidad. Es decir: una, santa, católica y apostólica. Eso es la ciencia para el sentido común moderno. Y si alzas la voz contra esa creencia te llaman reaccionario y te preguntan si sería conveniente que volviéramos a las cavernas. El mito de la ciencia está muy extendido, sobre todo entre periodistas y gentes que no han pisado un laboratorio en su vida y que difícilmente serían capaces de resolver una ecuación de segundo grado.
¿Cómo salir de ese mito desde la propia filosofía de la ciencia?
Bueno, hay tradiciones muy potentes de sociología de la ciencia, como la escuela de Edimburgo. Lo importante es entender que, lo que llamamos objetividad, no es otra cosa que el consenso de los expertos. Y ese consenso se erige a partir de ciertos vocabularios, cierto híbridos naturaleza-cultura. Es decir, hablan de esos mismos constructos, no de «cosas en sí», ahí fuera. Un electrón no es una partícula ligera y negativa que hay ahí fuera. Un electrón es un constructo mental, un híbrido naturaleza-cultura, como diría Latour, o una entidad «mental», hecha de percepción, memoria, intención y lenguaje como sostengo yo.
El conocimiento endiosado, del tipo que sea, es peligroso y suele decantar algún tipo de totalitarismo
¿No te parece que en esta era, en la que todo se cuestiona sin conocimiento de causa despreciando el conocimiento, afirmar que la ciencia es una ilusión nos aboca a una mayor incertidumbre?
Establecer los límites del conocimiento ha sido desde siempre la tarea de la filosofía. Piensa en Sócrates. El conocimiento endiosado, del tipo que sea, es peligroso y suele decantar algún tipo de totalitarismo. Ya es hora de abandonar el infantilismo. El ser humano busca desesperadamente certezas, antes lo hacía en la religión, ahora lo hace en la ciencia.
La doctrina anekantavada, pilar del jainismo, sostiene que la verdad nunca está en un único sitio y que cada doctrina tiene su parte de ella. ¿Es el principio que debería adoptar la ciencia, que calificas de arrogante por querer explicarlo todo en una única teoría?
De hecho, eso es lo que hacen las ciencias. Cada una erige su propia espiral de conocimiento, como decía Skolimowski (un discípulo de Popper), cada una cocrea su propia verdad. Todas ellas son verdades parciales. Lo ingenuo es creer que esos diferentes enfoques pueden unificarse. No pueden hacerlo porque hablan lenguajes distintos, utilizan métodos distintos y trabajan sobre «objetos» (constructos) distintos. Bohr diría que son visiones complementarias de una realidad poliédrica y plural. Y en cada una de esas visiones o enfoques están metidos los investigadores y sus intenciones. Todo esto se vio con claridad en el debate Einstein-Bohr del congreso de Solvey de 1927. Allí nació la teoría cuántica (que fue posible gracias al consenso logrado por Bohr entre los mejores especialistas del mundo). Cada teoría produce su propia base empírica. Esa es la magia. Los hechos no serían siquiera observables sin una teoría. Einstein era muy consciente de esto. El positivismo lógico quedó arruinado cuando se comprobó que los enunciados derivados de la observación empírica vienen siempre cargados de teoría. Luego vinieron Gödel y Bohr para demoler el mito. Lo formal es incompleto (Gödel), lo empírico también, ¿qué lo completa?: la intención (Bohr).
Insistes mucho en que la vida no es matemática, aunque nos hacen creer que sí lo es. ¿Esa conceptualización es la que nos metió en la tecnificación deshumanizada?
La matematización de la naturaleza fue la apuesta de Galileo, confirmada por Descartes. Es una posibilidad, pero no lo única. Nos ha dado muchos réditos. Siempre que un lenguaje, del tipo que sea, trata de erigirse como el único lenguaje, hay que sospechar. En este sentido mantengo una agenda política, pues hay muchos totalitarismos al acecho, ahora mediante la IA (invasión algorítmica) y el control de la información.
¿Qué es la meditación soleada?
Una estrategia basada en la receptividad. Algo en cierto sentido taoísta. Un modo de estar en el mundo que permita que aflore la atención. En realidad, no hay que hacer nada, simplemente no hay que poner obstáculos. Dejarse atravesar por la presencia del mundo, sin memoria ni deseo. Evitar la mediación. Estar disponible. Es una cuestión de sintonía. En cierto sentido, es una síntesis de lo mejor de la tradición india adaptada a nuestra época.
La experiencia psicodélica desmiente la matematización de la realidad
La experiencia psicodélica, que también tratas, facilita la despersonalización que ofrecen la meditación y el yoga. Es un atajo que permite sentir la conciencia. Creo que ayuda a situarnos, a romper con la rutina cotidiana, pero se debe trabajar diariamente con otras técnicas. ¿Qué relación tienes con estas experiencias?
La experiencia psicodélica es fundamental porque desmiente la cosmología moderna, basada en la matematización de la realidad. Lo que ocurre es que es peligrosa, sobre todo para los más jóvenes. Estoy preparando un libro sobre el asunto. Para ello me he sometido a altas dosis de LSD, mescalina y psilocibes. No es este el lugar para hablar de ello. Baste anticipar que en un viaje psicodélico completo se pueden experimentar dos cosas fundamentales. En primer lugar, la unidad de todas las cosas, que es lo que han buscado los místicos de todas las épocas. En segundo lugar, la muerte del ego, que es el primer y el último paso de cualquier iniciación seria. La meditación soleada es un modo suave de acercarse a lo que se experimenta con psicodélicos de un modo más rápido y abrumador.
Y para acabar, ¿cuál es a tu entender la gran enseñanza india que podemos incorporar hoy a nuestras vidas?
La práctica de traer el origen al presente. La meditación soleada es un modo de hacerlo. El universo es una presencia viva de carácter unificante. Cualquiera puede haber tenido un breve atisbo, un vislumbre, un relámpago de luz, de esa condición del mundo. Se trata de aprender a verlo así, sin cerrar los ojos, como si fuera otro (el origen) quien percibe a través nuestro. La meditación soleada permite experimentar la presencia del origen mientras vivimos, y no sólo cuando nos sentamos a meditar.