Si uno hace una ‘instantánea’ actual de la población de Baleares, lo que priman son las canas y hay muchas más arrugas que antaño. Para decirlo sin tapujos, nuestra comunidad se hace mayor. Es más, el índice de envejecimiento aumenta peligrosamente. Atentos a las cifras: pasa del 88,6 % en 2013 hasta el 109,6 % en 2023, por lo que ya hay más de 109 personas mayores de 64 años por cada 100 menores de 16 en la Comunitat. Para ver este lento declive etario de la población, sólo hay que comparar los datos. En 1975, por ejemplo, la cifra era de 46 personas con una edad superior a 64 años por cada cien adolescentes, según un estudio de Adecco.
Más longevidad, más enfermedades crónicas y también más soledad. Así sería la radiografía de la sociedad de las Islas. Es la tríada que convierte en esenciales programas como el de atención sanitaria a domicilio, un servicio del IB-Salut que no deja de crecer y que, además, acerca a los profesionales sanitarios a sus pacientes. No hay una mesa que separa al facultativo del usuario. La sanidad más cercana que existe.
Para muestra, un botón: las visitas médicas en los hogares de las Islas superan las 28.000 en lo que va de año, mientras que las consultas de enfermería en el domicilio ya alcanzan las 102.000 hasta el mes de julio. Hace cinco años, por ejemplo, por esta mismas fechas, el servicio solo era utilizado por poco más de 79.000 usuarios.
Esperando al médico
Antonio Muñoz tiene 84 años, es viudo, lleva un marcapasos y sufre varias patologías crónicas. Aún así, y aunque tiene una movilidad cada vez más reducida, intenta salir al menos una hora al día a dar un paseo con el andador o la silla de ruedas. Su pequeño piso en el barrio de Pere Garau, en el que vive desde hace más de 50 años, y que comparte con su hija, se ha convertido en su pequeño reino. Ir al centro de salud de la barriada se le hace un mundo, por eso desde hace dos años es usuario del servicio de atención domiciliaria.
Belén Falco, médico de familia, y la enfermera Ana Rojas, del centro de salud de Pere Garau, son su equipo sanitario de referencia: «Me tratan como a un rey. No me puedo quejar. Me alegran el día cada vez que vienen 'a ponerme a punto'», dice encantado de la vida, mientras le toman la tensión y su hija les pregunta si debería pedir hora para una serie de pruebas. «Te llamo y te confirmo todo más tarde», le responde la doctora. «¿Pero ya os vais? ¿Tan pronto?», pregunta Antonio. «Nos vemos en unos días», le dicen Falco y Rojas a modo de despedida.
La doctora Falco hace hincapié en lo enriquecedor de un programa de estas características: «A veces nos reciben con una coca recién hecha, otras solo con un sonrisa. Las muertes, esas las sentimos como nuestras. Recuerdo a una paciente muy mayor del barrio con una enfermedad terminal. El último día que la visité era viernes, después de tomarle la tensión se despidió diciéndome que llegaría como mucho al lunes y ya no nos veríamos más. Tuvo razón», recuerda con pena esta doctora.
Pacientes PAD
El centro de salud de Pere Garau cuenta con 14 médicos, tres pediatras, 14 enfermeras y otras tres más especializadas en cuidados pediátricos. Todos ellos tienen salidas diarias, a algunos de sus usuarios PAD (pacientes de atención domiciliaria), por ejemplo, solo los ven en su propio domicilio. Los requisitos para formar parte de este programa pasa porque los usuarios tengan alguna enfermedad crónica y dificultad de movimiento, puedan vivir en su domicilio y tengan un cuidador principal. De detectarlos y seleccionarlos se encarga la enfermera gestora de casos de cada centro de salud, que valora el expediente y las necesidades.
Mari Ángeles González, responsable de Enfermería de este centro de salud de Pere Garau, señala que ahora hay 275 usuarios PAD detectados, pero siendo una de los barrios de Palma más populosos, con unas 27.000 tarjetas sanitarias, está convencida de que debería haber más. «Perdemos a muchos por la medicina privada, como es normal, pero nuestra asignatura pendiente es el colectivo inmigrante. La barrera idiomática es difícil de superar, no les interesa entrar en el programa o, como residen muchos familiares en la misma casa, siempre están acompañados –aclara González–, al tiempo que destaca con humor, «al colectivo de abuelitas de 90 años del barrio, que son indestructibles, y nuestras mejores y más queridas pacientes».
En este sentido, apostilla que «terminas teniendo mucha confianza con el paciente. Hay veces que te encuentras un cartel escrito a mano que ha colocado tu usuario en el que pide a los vecinos que no cierren el portón porque viene la enfermera. A veces somos su único contacto con el exterior, un puente con lo que sucede tras la cuatro paredes de su hogar. Eso, créame lo que le digo, es más efectivo en ocasiones que cualquier medicamento. Es el cuidado más cercano e íntimo que hay en la sanidad pública».