En la Terminal Interislas, a la espera de embarcar en un avión rumbo a un pequeña ciudad de provincias del norte, una mujer habla por teléfono y, sin quererlo, manifiesta el sentir de muchos mallorquines ahora mismo: «Creo que voy a vender mi piso de Campos y ahora voy a mirar una casa en Castilla y León, con terreno y árboles». Bienvenidos al norte. Ese parece ser el lema que está atrayendo a multitud de mallorquines a las comunidades más frescas de la Península. El sentir general es que se sienten expulsados por los tórridos precios inmobiliarios, el alto nivel de vida que deja fuera a las clases medias y el hartazgo en general, lo que está motivando la salida de muchos insulares.
No es un fenómeno aislado. Las empresas de mudanzas confirman el incremento desorbitado del éxodo a la Península, un camino a la inversa de lo que era el movimiento migratorio tradicional durante el último medio siglo. En Mudanzas La Mallorquina confirman que «hay bastantes mudanzas y se van muchas personas de mediana edad, de entre 40 y 50 años. Hay muchos policías, guardia civiles y profesionales que se están yendo por el precio de la vivienda».
En Mudanzas Reina confirman la tendencia. «Hay muchísima demanda, nos llaman muchas personas para irse a la Península. El perfil es gente que vive en la Isla de alquiler desde hace muchos años y se van en busca de tranquilidad», dice Adrián Lizancos, gerente de la empresa.
Mientras se van personas de nacionalidad española, «desde hace un año y medio nos vienen personas del norte de Europa con un poder adquisitivo muy alto: alemanes, suizos, británicos, suecos...». Y se mudan a casas «que cuestan 10 millones de euros. Incluso alguna ha costado 50 millones».
Orlando Lobo es el propietario de la empresa Transportes Transatlántico y se encuentra en una época de trabajo frenético. Constata «una fuga importantísima de personas trabajadoras que se van de Mallorca. Para el mes de septiembre tengo la agenda bastante llena de personas que se van fuera, al mes estamos desplazando 80 metros cúbicos».
Hay gente que viene a vivir a la Isla, pero «son alemanes y suecos». Su sede central se encuentra en Son Ferriol y tiene tanto trabajo por el éxodo inmobiliario que ha tenido que comprar dos camiones más para hacer frente al incremento de la demanda.
«Tengo al mes como unas 40 o 60 mudanzas, mallorquines que han vendido su vivienda y con el dinero que han conseguido no son capaces de poder optar a otra casa», afirma. Agosto y septiembre son meses clave para las mudanzas ya que las familias ponen rumbo a sus nuevos domicilios para empezar en sus nuevos empleos o iniciar el curso escolar en otro colegio. «Me estoy encontrando con personas de 60 años que tienen que dejar la Isla y lloran cuando metemos sus cajas en el camión», relata el empresario, afectado por todo lo que ve.
«Llevo veintitrés años en Mallorca y yo mismo hace dos años fui excluido del mercado inmobiliario de la Isla, fui desahuciado. Al final, compré una casa con un terreno de 254 metros cuadrados por 55.000 euros en Requena. Me mudé por motivos económicos. No volvería a vivir aquí en la Isla en la vida». Con la familia en la provincia de Valencia, Lobo va y viene cada día en avión. «La misma casa en la que vivo en Requena me costaría aquí un millón de euros», advierte. Su familia aún recuerda el trauma de la imposibilidad de encontrar un alquiler asequible.
Sencelles podría considerarse el punto neurálgico de la revuelta de los mallorquines por el incremento de los precios de la vivienda. El Banc del Temps del pueblo convocó una manifestación por este motivo el pasado 24 de mayo, al que asistieron entre 10.000 y 25.000 personas, según quien dé las cifras.
En este pueblo constataron la imposibilidad de sus vecinos para seguir viviendo allí. Con 4.000 habitantes, lo habitual es que las familias tengan que marcharse por la subida de los precios pero el resto de la Isla está en las mismas condiciones. La única opción es la salida. Sencelles cuenta con 167 viviendas turísticas declaradas «y sin declarar ni idea, pero podrían ser centenares. Se dice que las legales son solo el 20 por ciento del total. todas las casas de fora vila se dedican al alquiler turístico», señalan sus vecinos.
Patricia Barredas, todavía residente de Sencelles, ya ha decidido que se muda en octubre. Sus tres hijos empezarán el curso en Piedrasblancas, en Asturias. «La casa nos ha costado 90.000 euros cuando aquí sería medio millón de euros sin arreglar», afirma. No han podido aguantar más la presión inmobiliaria y desde Asturias Patricia, que es empleada de Hotelbeds, podrá trabajar desde casa sin problemas. «La empresa está contratando gente que vive en la Península porque aquí no encuentran», señala.
Los compañeros del Banc del Temps advierten que «solo se alquilan cuatro viviendas en Sencelles y ninguna por menos de 1.200 euros, lo que hace diez años costaba 350». Un vecino cuenta un caso significativo: «Ayudaba a un amigo que se mudaba aquí a una casa de alquiler. Se paró un extranjero y le ofreció al dueño 300 euros más. Estábamos metiendo los muebles en la casa. El dueño se negó, ya había dado su palabra». Sergio Orellana y Natalia Prina se están pensando mudarse al norte, al igual que Ludmila Udine. Laura Pérez ya ha visto una casa en Ponferrada.
El caso de Julia y su madre Sole demuestra que los cambios son para bien. Hace un año dejaron Palma y se mudaron a Lugo, después de más de una década en la Isla, donde nació la niña. Pese a llevar un año en Lugo, este verano han recibido multitud de amigos mallorquines en Galicia.
«Me da pena la gente que no puede vivir en su tierra. Nosotros vivimos en un piso de 600 euros con garaje y trastero, en la mejor zona de la ciudad. En Palma era impensable. Ahora vivo sin mirar los precios», dice Sole. Tienen amigos que quieren ir para allá, «están ahogados por la vivienda. Es que habrá que poner un límite. Mi hermana se compró una casa de 360 metros cuadrados por 110.000 euros. Aquí los precios te dejan respirar. Y vivir».