Es una realidad. Están en el mismo lugar. Los mismos puentes. Parques. Esquinas y descampados. No es el lugar aquello que ha cambiado pero sí la cantidad de personas que viven en cada uno de los asentamientos palmesanos y la expansión del territorio que ocupan. No es un okupar con 'k', estas chabolas se construyen progresivamente y con duros trabajos manuales tras recoger tablones, placas y todo aquello que sirva para lograr un techo. Y son cíclicas. Con el viaje fotográfico que viene a continuación es fácil comprobar cómo aparecen y desaparecen de los mismos lugares, una y otra vez. Aunque cada vez más y peor.
Palma sufre un grave problema social con más de 1100 personas viviendo entre la calle, los albergues y las chabolas, del censo que se conoce; porque tal y como manifiestan las instituciones y a pesar de los esfuerzos por contabilizar y localizar a estas personas sin hogar digno; la cifra es variable y en la mayoría de casos, incontrolable. Nadie vive en una chabola porque quiere, aunque algunos están tan acostumbrados que no tienen la oportunidad de reintegrarse en la sociedad. Otros, odian el día a día a la intemperie y darían lo imposible por vivir como todos los demás. Vivir en la calle no es un delito, aunque se producen decenas de ellos en estos asentamientos: incendios, agresiones, robos y hasta crímenes; pero no es la única cara de las chabolas palmesanas.
Tras el olor, la porquería acumulada, los desastres fortuitos, desafortunados e intencionados, y las malas formas; se esconde una emergencia habitacional gravísima que durante años ha imposibilitado a cientos de ciudadanos mantener sus casas o acceder a una en las condiciones adecuadas. El reto social sigue pendiente.
En los últimos cuatro años, las chabolas han proliferado por encima del 10%; si fijamos la vista en la última década, la multiplicación es considerablemente mayor. En zonas externas de Ciutat, como el Molinar, es fácil ver como algunos asentamientos se han dispersado y magnificado; al igual que la acumulación de trastos y enseres que acaban provocando montañas de basura difíciles de retirar.
Algunos de estos asentamientos que crecen progresivamente son peligrosos y acaban convirtiéndose en núcleos de delincuencia o narcotráfico, como puede ocurrir con el poblado de Son Banya o El Hoyo. En otros, los convivientes se dividen los trabajos diarios, desde lavar la ropa a recoger chatarra, limpiar el asentamiento, arreglar aparatos o simplemente pedir en la calle para lograr algo de comer al final del día. Hay residentes, pero son pocos; la mayoría son extranjeros que llegaron para encontrar una oportunidad y no encontraron otra salida que la calle. Y algunos tienen trabajo, pero imposibilidad de acceder a una vivienda, tal y como se encuentran las cifras de alquiler en Ciutat. Un ejemplo es el barrio de Arxiduc- Son Oliva, allí conviven dos descampados, en uno de los cuales se visualizan construcciones chabolísticas, mientras que en el otro se venden futuras construcciones por más de medio millón de euros.
Una vez que los asentamientos se inician, habitualmente con tablones y sábanas para ir luego reafirmando la construcción, van adquiriendo, sólo en su interior, un formato hogar, que el inquilino va rellenando con los muebles que encuentra en la calle o donan algunas asociaciones.
La zona que se encuentra bajo el puente de la autopista que pasa sobre el Parc de Sa Riera, es ya un asentamiento totalmente establecido. Comenzó a formarse hace ya más de una década. Habitaban en él una decena de personas que se dedicaban a desmantelar neveras para obtener el material de su interior vendible; aunque esto ocasionó un grave problema medioambiental al ser tóxico; una vez desaparecieron los electrodomésticos, el asentamiento se reafirmó, reconvirtió y comenzó a adoptar la forma de pequeñas casitas.
La mayoría de los habitantes de estos poblados chabolísticos llegan a ellos y no logran marcharse, algunos acumulan más de diez años viviendo en el mismo lugar y sólo lo abandonan cuando el Ayuntamiento inicia alguna acción de desmantelamiento, como ocurrió en el conocido como Parque Pocoyo, el lateral del Parc de Ses Estacions o el más reciente 'campamento' construido en mitad de las obras del Passeig Marítim de Palma.
La crisis económica e inmobiliaria que se extendió durante ocho largos años en todo el país, de 2008 a 2016, cayó sobre Palma de nuevo en pandemia, en el 2020, cuando sólo había logrado restablecer unos pocos años de buenos datos. La falta de medidas contundentes, la distribución de las inversiones, los productos básicos afectados por la inflación, la situación laboral y la calidad de sus contratos, el cierre de grifo de los bancos, el sistema educativo y otros tantos flancos que afectan directamente a esta situación, se dejaron pasar por la falta de acuerdos y apoyos políticos comunes hasta llegar a la situación actual; donde la regulación del sector, las medidas atrevidas y la construcción o adaptación de vivienda pública se han convertido en el arma imprescindible para cualquier partido político, sea cuál sea su color. Algunos expertos piensan que es tarde para devolverle a Palma su brillo. Sobre todo, porque el brillo no pasa por, simplemente, desmantelar estos poblados. Al hacerlo sin tomar otras medidas globales y sociales, se provoca un efecto rebote que convierte el mismo punto en chabola pocos años después de haberlo vaciado.
Si una zona vaciada no vuelve a ser un punto de concentración, tampoco sucede por una buena razón; en algunos casos como en el antiguo asentamiento del Parc de Ses Estacions con Eusebi Estada; o el descampado existente frente al Conservatori, se produjeron crímenes o muertes que sí marcaron por siempre el trágico destino de estas zonas que lograron quedar vacías, a qué precio.
Los años de aprendizaje sólo llevan a la conclusión de que la emergencia habitacional que sufre la ciudad, no puede solucionarse desde un sólo prisma; como puede ser el económico-financiero, la tan demandada regulación de la inmigración que delinque, la batalla plantada a la masificación turística, las ayudas, el sistema educativo o las promociones de más viviendas; el reto social es claro, sin atajar los problemas desde todos los sectores, la realidad que vivimos desaparecerá y aparecerá hasta la eternidad.