«¿Que qué hubiera pasado si me hubiese quedado en Venezuela? Hubiese estado enferma, y mi mamá también, sin poder comprar medicinas ni comida. Tenía que tomar la decisión de irme y créeme, es muy duro decidir algo así». Arleen Lina, de 43 años, tuvo que salir de su país debido a la situación política y económica. Era funcionaria de protocolo, pero, en los últimos años, ni tener este trabajo era sinónimo de seguridad financiera. Ayer se celebró el Día Mundial del Refugiado, y ser refugiado, como explica Arleen es «comenzar de cero en todo».
Llegó a Mallorca el 25 de mayo de 2023 junto a su madre, de 64 años. La pensión de ella tampoco llegaba ni para comprar medicamentos. «Los últimos años en Venezuela vivíamos con la incertidumbre de si hoy podríamos comprar harina o si tendríamos agua o luz», rememora. «Este fue el motivo principal de nuestra marcha», dice.
El gobierno venezolano controla las divisas, con lo que, según cuenta Arleen, es muy complicado sacar dinero para, entre otras cosas, poder viajar. «Teníamos que amanecer y hacer cola para comprar pan u otros productos Para que te hagas una idea, los primeros cuatro años con la dictadura de Nicolás Maduro retrocedimos al trueque a la hora de comprar alimentos».
Acogida
Mientras cuenta su periplo en estar entrevista telefónica, Arleen llora al rememorar su viaje hasta llegar a esta Isla donde no conocía a nadie. «Tuvimos que vender todo lo que teníamos en Venezuela, ya que venir a Europa, sin dinero, es muy complicado porque de alguna manera teníamos que subsistir». Al poco tiempo, acudieron a Creu Roja, donde explicaron su situación y entraron en el programa de Primera Acogida. Tras este tiempo, ahora madre e hija pasarán a la segunda fase del programa, Acogida Temporal, y en agosto Arleen conseguirá el permiso de trabajo.
«Una vez entramos en Crep Roja, dejamos la habitación donde estábamos y nos ofrecieron un centro de acogida; la ayuda ha sido excelente», apunta Arleen, que en estos momentos está cuidando a una señora mayor hasta que consiga el permiso de trabajo porque ya no tienen suficientes ahorros.
Arleen sueña ahora con poder homologar, al menos, su título de bachillerato, aunque espera que también le convalide la carrera. Estudió Técnico de Administración en mención turística en Venezuela, y empezó una segunda carrera, Recursos Humanos, que tuvo que dejar cuando abandonó su país.
«Una vez conseguí mi NIE, me apunté a los cursos de Inglés y Microsoft. Ahora, cuando obtenga el permiso de trabajo, miraré ofertas en el SOIB porque quiero trabajar», reconoce la venezolana, que a pesar de haber tenido un año muy duro, ahora ve que las cosas se están estabilizando. «Ser refugiada es enfrentarte a algo nuevo, a pasar procesos psicológicos cuando llegas nueva, a sacar emociones y a echar de menos muchas cosas de tu país», reflexiona.
Rocío Redondo, responsable programa Atenció de Persones Refugiades de la Creu Roja, insiste en la importancia de reducir las dificultades de estas personas que, generalmente, llegan sin nada a otro territorio, como en el caso de Arleen y su madre a España. "Intentamos cubrir sus necesidades, una vez llegan, de forma inmediata para minimizar su situación y favorecer su integración en el menor tiempo posible", sostiene.
El programa de Creu Roja es de ámbito nacional. En Balears cuenta con dos etapas, aunque tiene una fase muy inicial, la fase cero, donde se les da información necesaria y se hace una evaluación de sus necesidades más urgentes. A partir de ahí, entran en la Primera Acogida (fase 1) y Acogida Temporal (fase 2). Con esta última etapa intentan que las personas refugiadas salgan del centro, recuperen su autonomía pero sigan participando en los programas de aprendizaje. Creu Roja atendió en 2023 a unas 1.050 personas refugiadas.