Cinco incubadoras salen en un avión de Vueling 7574 desde Barcelona con destino a Banjul (Gambia), empaquetadas en maletones. Han sido diseñadas por un joven ingeniero industrial con tanta cabeza como corazón. Pablo Sánchez Bergasa tiene 31 años y con 25 fundó la ONG Medicina Abierta al Mundo con la que fabrica estas burbujas que salvan la vida a neonatos desahuciados en países pobres. La compañía aérea apoya el proyecto y transporta gratuitamente las incubadoras que ha comprado la ONG Hope and Progress para donarlas al Hospital Regional de Kolda, localizado en el sur de Senegal, la parte más pobre del país. Escolta al equipo su fundador, el cirujano pediátrico Carlos Bardají, de 70 años, un médico extraordinario con una energía contagiosa. Este exjefe del servicio en el Hospital Público de Navarra realiza expediciones quirúrgicas en África desde hace 28 años, la última en marzo. Lleva operados, con anestesia general y gratuitamente, 1.650 niños. Bardají es como un Dios en La Tierra.
Viajan también dos voluntarios de Hope and Progress, Miguel Maetzu, educador familiar, y Pablo Sánchez Camacho, que actúa de traductor con su buen francés, además de la periodista autora de este reportaje, profesora y coordinadora del Servicio SoliDar del Centro de Enseñanza Superior Alberta Giménez (CESAG-Comillas), a través del cual han gestionado la donación de una ambulancia a la ONG, gracias a la cesión de Quirónsalud Baleares. Así los niños a los que opera Bardají no tendrán que ser trasladados en una moto atados con una cincha. Balearia la transportó la semana pasada hasta la Península y el pediatra conducirá hasta Róterdam para embarcar hasta Gambia.
La primera parada es el Hotel Fútbol Fifa, un hostal modesto con un campo de fútbol siempre repleto. Por la mañana les recoge un coche en el que van siete, incluido el conductor y Thierno Diallo, coordinador del proyecto en Kolda. Es un tipo muy elegante y risueño, que tiene el secreto de la eterna juventud; con 57 años aparenta 35. Su hija vive en Barcelona, pero él no habla español. En el trayecto de 300 kilómetros hay que identificarse en varios controles de inmigración. El sanitario saluda a funcionarios a diestro y siniestro. Durante el viaje algunos monos cruzan la carretera y poblados muy humildes salpican terrenos áridos y yermos.
El calor golpea como una bofetada en Kolda, 47 grados con sensación térmica de 50, pero el recibimiento en el hotel del primo de Thierno reanima. Es un buen establecimiento, con climatización en sus sencillas habitaciones, cuando no hay cortes de luz. Coinciden con el equipo de fútbol AS Pikine, de Primera División, cuarto en la Liga. Bardají, que vive en Pamplona, ha traído una camiseta de Osasuna que le regalan al capitán, Pape Mamour Diallo, apodado Paquito.
El montaje de las incubadoras dura un día. Pablo S. Bergasa las tiene que reprogramar. Les ha instalado una tarjeta para monitorizarlas desde España y ayudar en remoto para cualquier reparación. Una alarma indica fallos en el funcionamiento y el vapor se logra con unos simples botellines de agua mineral. Estos aparatos hacen la magia de regalar supervivencia a bebés moribundos.
El Hospital Regional de Kolda da servicio a una población de varios cientos de miles de personas, una cifra incalculable porque miles de nacimientos no se registran. La cobertura ampara a esta región senegalesa, pero hay habitantes que se desplazan desde Guinea para ser atendidos aquí. Es el hospital de referencia. El edificio ocupa una vasta extensión, pero las instalaciones son decrépitas, sucias y con escaso equipamiento. Hay pacientes en el suelo y sus familiares se ubican en pasillos donde se les deja dormir sobre alfombras entre enseres y comida. Una mujer arrodillada sostiene a un bebé que no debe de pesar más de un kilo y su aspecto dinamita la esperanza. Es un centro público, pero todos los enfermos pagan.
Varias autoridades se desplazan para la donación oficial, a la que asisten medios de comunicación locales. El responsable regional de Salud excusa su presencia por un sepelio, pero visitó al equipo el día anterior en el hotel. Lo mismo el alcalde, en cuyo lugar asiste la primera teniente de alcalde y diputada en la Asamblea Nacional, que aprovecha para que el médico español atienda a su nieto por unas manchas en la cabeza que resultan ser hongos. También se reúnen con el jefe de pediatría, la supervisora de enfermería pediátrica, el coordinador quirúrgico y el cirujano pediátrico, formado por Bardají en una de sus expediciones y que grita de júbilo al reencontrarse con él, antes de saber que le ha traído una caja de instrumental médico de regalo que ambos hacen sonar como una maraca. Esta cesión se suma a otra más valiosa que el equipo sanitario recibe con tanto entusiasmo como incredulidad: un vaporizador de anestesia que el propio Bardají ha modificado con una idea suya para que sea autónomo para su uso en anestesia.
La sala donde hay que instalar las incubadoras se halla en condiciones infames. Las paredes están mugrientas y hay un centímetro de polvo en el suelo. Hace un calor sofocante y los aparatos no pueden funcionar a temperatura ambiente superior a 30 grados. El cirujano se muestra enfadado. Al cabo de dos horas, el habitáculo está impoluto, las instalan y el doctor y el ingeniero imparten la formación necesaria a sanitarios senegaleses. La misión está cumplida.
Controles y socavones
Por la mañana parten hacia Kafoutine en una cómoda furgoneta con un conductor que ha buscado Thierno. No podía haberlo elegido mejor, porque su hermano es un general cuya referencia viene muy bien durante el viaje cuando les dan el alto en varios controles y les buscan las cosquillas. Los 240 kilómetros se transitan a saltos por los brutales socavones. El alojamiento es en el hotelito de un español de 77 años al que se llega por una playa donde se ha levantado un auténtico astillero artesanal. En el acceso hay un puesto de vigilancia con un único hombre, sentado al lado de una trinchera con una ametralladora para evitar la salida de cayucos hacia Canarias. Amador no sale de su habitación porque está enfermo. Tapha, el senegalés al que emplea, describe los síntomas a Bardají y éste no duda en el diagnóstico: malaria.
Por la mañana ponen rumbo a la isla Boune. Van a visitar unas dependencias que fueron consultorio. Están en pésimas condiciones y el cirujano las quiere recuperar financiando la obra de su propio bolsillo. Ya ha instalado puerta y ventanas nuevas. En esta isla habitan unas 400 personas, de la tribu diola, cristianos y animistas (creencias religiosas que otorgan vida y alma a elementos de la Naturaleza). En Senegal hay mayoría musulmana y cultura matriarcal. Las Karones, que aglutinan 16 islas y a una población de unas 2.000 personas, tienen una reina, que es elegida democráticamente, a la que visitan y entregan un regalo. Acaba de ascender al trono al fallecer la reina anterior la semana pasada. Habla un dialecto que traduce Tapha. Su hermana tiene un bulto en la base del cuello que quiere que el cirujano le opere. Igual que otra mujer que le asalta y que presenta una inmensa protuberancia debajo de una oreja. Bardají les remite a sus próximas expediciones quirúrgicas, en Saint Louis o en Belingara.
El cirujano organiza tres misiones al año para operar, que llevan aparejadas sendas expediciones logísticas y alguna que otra más con fines humanitarios. Ha dejado de ir a Thionck Essyl porque descubrió que hacían pagar a los enfermos. «Me enfrenté a los responsables, no permití que les cobraran y les anuncié que no volveríamos», explica. Con su labor sana a menores de malformaciones congénitas, tumores, hernias, secuelas de accidentes y quemaduras o de terribles ablaciones.
El último día tenían previsto reunirse con el alcalde de Kafoutine para proponerle la rehabilitación de un edificio y convertirlo en hospital, pero les deja colgados. El cirujano no pierde un minuto e interviene a Tapha de un enorme quiste en la frente, en una mesa del comedor habilitada como camilla, con un frontal y uno de los voluntarios haciendo de ayudante. Bardají concibe el tiempo y el dinero como fuente de solidaridad. «Ante cualquier compra o capricho yo pienso lo que daría de sí ese dinero para mejorar la vida de personas en África», apunta.
Superan el control de inmigración para entrar en Gambia. Nada que no logren un par de balones traídos de España y una pequeña mordida. «Let's go, bro», espeta el médico al conductor. «Y vosotros no miréis a la derecha, que a los antidroga les gusta complicar la vida a los extranjeros», ordena. Y salen disparados como forajidos de camino al país vecino para tomar el vuelo de vuelta a España. Muy tranquilos porque Bardají les ha regalado un grigrí (amuleto protector) que les protege. Y, en caso de urgencia, puede operarles en el capó del coche.