Zygmunt Bauman habla en su libro Amor líquido sobre la fragilidad de los vínculos humanos. El autor analiza el miedo a las relaciones duraderas, provocado, principalmente, por los cambios radicales del mundo globalizado. «La tentación de enamorarse es avasallante y poderosa, pero también lo es la atracción que ejerce la huida», reflexiona Bauman en sus páginas. En 2022 se registraron 2.245 divorcios en Balears, 74 menos que el año anterior. Los matrimonios disueltos tuvieron una duración media de 16,5 años, cifra muy similar a la de 2021. A estos datos constatados se suma un claro alud de separaciones, que no se registran pero que llenan los despachos de los psicólogos y que vienen a responder a un fenómeno social y cultural. Es una nueva forma de relacionarnos que dista mucho de la de nuestros antepasados.
La psicóloga y sexóloga Susana Ivorra apunta a que «todos los vínculos, no solo los de pareja, sino también los de amistad o familiares, se han vuelto más frágiles porque todo es más superficial. No nos da tiempo a profundizar, es decir, a dedicarnos al vínculo. Tenemos una vida muy ajetreada, sumado a la precariedad económica y a factores sociales que influyen en que no seamos capaces de procesar las emociones. Y las relaciones son emociones». En consonancia, ya el sociólogo Bauman advierte de esa fragilidad de la identidad en la que vivir, hoy en día, provoca más estados de incertidumbre por los cambios constantes. La experta detalla algunas de las causas de las rupturas de parejas que ha podido observar en su consulta como son la búsqueda constante, los proyectos diferentes, la incompatibilidad, más exigencias, crisis existencial, falta de comunicación, irresponsabilidades e infidelidad.
Crisis de los 40
¿Por qué hay más personas que acaban sus relaciones a la edad madura? Tanto Ivorra como la terapeuta en relaciones de dependencia emocional y experta en tantra y trauma Maryluz Cano coinciden en que la mayoría de personas emparejadas «suelen tener un despertar en torno a esa edad». Lo completa así Maryluz: «Desde que nacemos, nuestros padres nos marcan un patrón de perfección que nos guían a la supuesta felicidad. Y cuando nos plantamos a cierta edad (los 40), y ves que has hecho los deberes que tocaba, como tener hijos, casarte o comprarte una casa, de repente encuentras un vacío en tu interior y no sabes quién eres». Ocurre porque nos hemos encargado en el pasado de construirnos unas máscaras y una coraza para identificarnos con el entorno a fin de que nos acepten socialmente. «Cuando te pasas toda la vida centrando tu energía fuera de ti, llega un momento en que te desconectas de tu verdad y de tu esencia», señala Cano.
El miedo paraliza la toma de decisiones. Es lo que creen las expertas cuando aparecen los hijos en esta ecuación. Se dice que son los causantes de las rupturas, pero ambas discrepan. «Siento que a veces se tiene la idea de que si una pareja tiene un proyecto común, como son los hijos, no se pueden tomar decisiones y se prefiere responsabilizar a los hijos, cuando son los hijos que preferirían una ruptura para ver bien a sus padres», opina Cano. ¿Cómo serán las relaciones en el futuro? A esta pregunta responde Ivorra, que «si ya se apreciaba que esta era sería fría, la capa de hielo puede ser más fina en el futuro. Tendemos hacia la autofragilidad, a no procesar emociones y a no sostener vínculos».
Cano percibe que hay un grupo de personas maduras que «han despertado» y que se interesan más por conocer las emociones, el amor propio y romper patrones pasados. «Hay esperanza de que evolucionemos», dice.